¿Cómo podemos amar a los demás si antes no amamos a Dios? De hecho, somos capaces de amar porque Él nos amó primeramente y de ese amor surgió el universo y la vida. Como San Agustín indica, sólo podemos encontrar sentido al amor, si antes entendemos que Dios nos amó. En nuestro prójimo podemos ver muchas cosas, entre ellas sus defectos, fragilidad, mortalidad, pecados, errores, incapacidades. Pero somos capaces de ver todo esto porque nosotros mismos cargamos con la misma naturaleza humana. ¿Por qué nos cuesta tanto encontrar la imagen de Dios en los demás? Porque tampoco somos capaces de verla en nosotros mismos. No somos capaces de encontrar la imagen de Dios en nosotros. Tampoco podemos ver la semejanza de Dios en nuestras acciones.
Decía Cristo “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” ¿Dónde lo verán? En todo lo creado y en todos su hermanos. Quien tiene su corazón lleno de maldad, verá la maldad en sus hermanos. Quien tiene su corazón llenos de miedo, verá el miedo en sus hermanos. La gran pregunta es ¿Cómo limpiar nuestro corazón? La podemos responder con las mismas palabras que Cristo dijo a sus apóstoles tras ver como el joven rico se marchaba: “Lo imposible para los hombres es posible para Dios” (Lc 18, 27). Oremos para que dejemos a Dios actuar en nosotros y que así nuestro corazón sea limpiado.