Mira las cosas con los ojos de Dios
y lo verás todo según una diferente
valoración y dimensión.
-Nguyen Van Thuan-
Aquel turista europeo imbuido de la ideología del súper hombre moderno, liberado de la esclavitud religiosa, paseaba por África cuando se encontró a un indígena leyendo la biblia.
Nuestro turista postmoderno saluda al indígena y le dice:
─No leas ese libro que no sirve para nada. ¿En qué te ayuda?
─Por lo pronto ya te ayudó a ti ─Contestó amablemente el africano.
─¿A mí? ¿Por qué?
─Muy sencillo, respondió el nativo, antes de leer estas cosas, yo era caníbal.
La deuda de gratitud del Occidente con el cristianismo es inmensa aunque haya muchos occidentales que se nieguen a reconocerlo. La mayor parte de los valores de la cultura occidental son legado cristiano.
Las mejores ideas, de las que presumimos en esta parte del mundo, son herencia cristiana a pesar de que con frecuencia se ha hecho ─y se hace─ la guerra al cristianismo enarbolando como pendón las ideas recibidas de él: «Libertad, igualdad y fraternidad», por ejemplo.
El respeto y la dignidad a la persona, hace 2000 años que Alguien nos lo vino a enseñar: «Amarás al prójimo como a ti mismo».
Si hoy el mundo, a pesar de los pesares, es menos salvaje se lo debe a Aquel que lo humanizó muriendo en la cruz. Su redención suscita millones de seres humanos que entregan su vida para hacer más habitable este mundo.
Y aunque haya agujeros negros, consecuencia inevitable del pecado original, pueblan el firmamento humano de invisibles estrellas radiantes que iluminan el caminar de los hombres.
Como cristianos tenemos sobrados motivos para estar orgullosos de lo que nuestros antepasados han legado al mundo.
Este sano orgullo nos debe llevar a ser responsable y preguntarnos si cada uno, con nuestras vidas y palabras, estamos transmitiendo a los demás esos mismos valores que Cristo nos ha enseñado.
Y eso, aunque sólo sirva para conseguir que nuestro mundo no sea tan caníbal.
y lo verás todo según una diferente
valoración y dimensión.
-Nguyen Van Thuan-
Aquel turista europeo imbuido de la ideología del súper hombre moderno, liberado de la esclavitud religiosa, paseaba por África cuando se encontró a un indígena leyendo la biblia.
Nuestro turista postmoderno saluda al indígena y le dice:
─No leas ese libro que no sirve para nada. ¿En qué te ayuda?
─Por lo pronto ya te ayudó a ti ─Contestó amablemente el africano.
─¿A mí? ¿Por qué?
─Muy sencillo, respondió el nativo, antes de leer estas cosas, yo era caníbal.
La deuda de gratitud del Occidente con el cristianismo es inmensa aunque haya muchos occidentales que se nieguen a reconocerlo. La mayor parte de los valores de la cultura occidental son legado cristiano.
Las mejores ideas, de las que presumimos en esta parte del mundo, son herencia cristiana a pesar de que con frecuencia se ha hecho ─y se hace─ la guerra al cristianismo enarbolando como pendón las ideas recibidas de él: «Libertad, igualdad y fraternidad», por ejemplo.
El respeto y la dignidad a la persona, hace 2000 años que Alguien nos lo vino a enseñar: «Amarás al prójimo como a ti mismo».
Si hoy el mundo, a pesar de los pesares, es menos salvaje se lo debe a Aquel que lo humanizó muriendo en la cruz. Su redención suscita millones de seres humanos que entregan su vida para hacer más habitable este mundo.
Y aunque haya agujeros negros, consecuencia inevitable del pecado original, pueblan el firmamento humano de invisibles estrellas radiantes que iluminan el caminar de los hombres.
Como cristianos tenemos sobrados motivos para estar orgullosos de lo que nuestros antepasados han legado al mundo.
Este sano orgullo nos debe llevar a ser responsable y preguntarnos si cada uno, con nuestras vidas y palabras, estamos transmitiendo a los demás esos mismos valores que Cristo nos ha enseñado.
Y eso, aunque sólo sirva para conseguir que nuestro mundo no sea tan caníbal.