Amar nos lleva a la felicidad. Felicidad que se demuestra de muchas formas, una de ellas es cantando con reverencia a quien se ama. Nosotros oramos y al hacerlo, enviamos un mensaje de amor a Quien es sentido de todo nuestro ser y vida. Oramos cantando los salmos y oraciones, porque nos agrada que lo que decimos transporte también nuestro estado de ánimo. El hombre nuevo se sabe completo en Cristo, por ello no deja de sentirse confiado en Sus Manos. El hombre viejo, espera de sus propias fuerzas todo lo que le pueda hacer bien. El amor nos abre a la acción de Dios, el temor cierra esa puerta y nos aísla de Dios.
¿Cómo hemos de cantar a Dios? Con reverencia y plenitud. No cantamos para nosotros, para nuestro deleite. No cantamos para agradar a los demás. Cantamos para hacer llegar a Dios nuestra confianza y necesidad. Confianza en su Voluntad, necesidad de su Gracia. Decía San Agustín que quien ora cantando, ora dos veces. Ora dos veces porque la musicalidad de las palabras es también parte de la oración de alabanza y regocijo.
Ahora, tendríamos que tener cuidado al elegir nuestros cantos cuando estamos en comunidad. Hoy en día, la misma melodía puede ser maravillosa para unos y resultar inasumible para otros. Son las consecuencias de la Torre de Babel y vivimos dentro y fuera de la Iglesia. Respetemos a los demás y busquemos todo lo que nos ayude a generar unidad.