Que poco amantes somos de Quien es Camino, Verdad y Vida. Cuantas veces protestamos porque nos cuesta amar . Nos duele desprendernos de nuestros prejuicios y comodidades, porque perder la cáscara que oculta la herida, es sentirnos vulnerables. Cuantas veces buscamos complicidad para descargar de nuestros hombros del yugo, de la cruz, que Dios desea que carguemos con amor. Apelamos a la debilidad humana y un coro de cómplices se unen entusiasmados a nuestro deseo de trastocar la Verdad, el Camino y la Vida. Entonces presionamos y presionamos para que la misma Iglesia relativice, incluya excepciones y si fuera posible, proclame que las infidelidades humanas son loables e incluso deseables.
¿Por qué nos ocurre esto? Sencillamente porque no amamos y cualquier peso nos resulta insoportable. Si Cristo nos dice “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” no es para quitarnos el peso que el amor vence con humildad. Más bien nos dice lo contrario: “Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde”. ¿Aprendemos de Él o más bien del maestro de la mentira?
Aprendamos de Cristo, que es la Verdad. Aprendamos de quien da sentido al dolor que nuestra endeble naturaleza humana parece incapaz de soportar. Aprendamos a esperar en Cristo y rogar para que seamos capaces de aceptar el amor que Dios nos entrega.
Desconfiemos de quienes nos ofrecen realidades adaptables en vez de la Verdad. Desconfiemos de quienes nos ofrecen senderos sencillos en vez del Camino. Desconfiemos de quienes nos ofrecen sencillas esclavitudes en vez de la Vida. Quien ofrece rebajas en el amor de Dios, siempre tiene al maligno susurrándole al oído.