Progreso y cambio. Actualmente estas dos palabras parecen sinónimas, pero son muy diferentes. San Vicente de Lerins nos señala dónde podemos encontrar el engaño. Cuando dudemos, hagámonos la siguiente pregunta: Lo que progresa ¿cambia en su esencia y/o en su relación con nosotros? Si cambia en su esencia, nos están vendiendo un engaño, ya que no dan otra cosa, aunque superficialmente parezca lo mismo. Si la esencia permanece y el cambio es bueno, entonces el progreso es justo y misericordioso. Dios está presente en el cambio cuando no cambia la esencia y hay más bien, más bondad, más amor. Si todo se queda en cambios de apariencia, también hay un engaño detrás. Si lo que nos ofrecen nos induce un comportamiento mentiroso, como el que se relata en el cuento del rey desnudo, entonces lo que se esconde es la complicidad con un mal revestido de bien.
Para discernir la mentira es necesario el juicio. Juicio que conlleva aplicación de la virtud de la Justicia. Juicio que también debe ser aplicado a través de la virtud de la Misericordia. Juicio que necesita templanza, para que la Esperanza no corra el peligro de desaparecer. Aunque hoy en día nos venda cajas llenos de “valores” humanos, las virtudes son don de Dios para que nuestra vida sea santa. No se trata de ser buena gente, sino de dejar que la Gracia de Dios nos transforme.
¿Es posible el progreso en la Iglesia de Cristo? ¡Claro! Cuando la esencia no cambia y la virtudes son los motores que nos llevan hacia Dios, que es Bien, Belleza y Verdad, en completa y profunda unidad. Si lo que se promete como progreso genera desunión y rencillas, cuidado porque puede ser un maravilloso engaño envuelto en complicidades humanas.