¿A QUE IGLESIA PERTENEZCO?
Nunca me había planteado esta cuestión. Tengo las ideas muy claras desde siempre. Pero últimamente me inquietan muchas actitudes y afirmaciones de quienes deberían ser los centinelas de la ortodoxia. No soy, ni he sido nunca, progre o retro. Me considero normal. Creo en todas las verdades del Credo sin adaptaciones. Los Diez Mandamientos han sido, y son, la regla de mi vida. Los Sacramentos me han ido acompañando desde el uso de razón. Cuando fallo en algo pido perdón y recibo la absolución sacramental en la Confesión. La Eucaristía es para mí el tesoro más importante que tiene la Iglesia. Lo aprendí desde pequeño, y he intentado vivir la realidad de la Presencia del Señor en la Santa Misa y en los Sagrarios de la tierra. El sacerdocio es la vocación divina por excelencia, y cuando el Señor me llamó por ese camino, aunque indigno, me sentí muy feliz, hasta ahora. La Virgen María es realmente mi Madre. Nunca me ha faltado su presencia en el camino de la vida. Al Papa lo he tenido siempre en un pedestal, como representante de Cristo en la tierra… Es decir, he intentado vivir, con mis limitaciones, un cristianismo normal. Lo que es pecado objetivamente siempre lo considero así, la Gracia es el mayor regalo de Dios que quiere estar siempre con nosotros.
Acabo de regresar de Fátima en donde he participado en unos Ejercicios Espirituales para sacerdotes. Todo muy normal. El director, con su elocuencia y vida fe, nos ha confirmado en el amor a Dios, a María, a la Iglesia… He terminado contento y en paz. Las visitas a la imagen de la Virgen en la Capilla de las apariciones eras muy reconfortantes. Hay mucha fe en el pueblo de Dios, que va con sed a la verdadera fuente de la doctrina sana y de la Gracia.
Pero por otro lado oigo afirmaciones disonantes en fuentes que deberían saciar nuestra sed de amor a Dios, y darnos seguridad en los que creemos. En sectores amplios de la Iglesia se abandona la oración, se niega la importancia del pecado, se arrincona el sacramento de la penitencia, a la Eucaristía se la vacía de contenido, y en lugar de ser la Presencia real de Cristo, se la considera como un signo de fraternidad. De solidaridad. Y, por tanto, la Misa deja de ser el Sacrificio de Cristo para convertirse en la fiesta de la asamblea cristiana. El Sagrario es vaciado de contenido sagrado y se convierte en un adorno más del templo. Y este, por tanto, ya no es un lugar santo, sino un local de reuniones y celebraciones desacralizadas. Al sacerdote se le trata como un funcionario de esa institución llamada iglesia que me celebra los momentos puntuales de mi vida sociocristiana. Y el Papa y los obispos ahí están en la barca de Pedro tratando de remar muchas veces con el rumbo enloquecido por las tempestades que irrumpen con fuerza cuyo foco muchos desconoce, siendo bien conocido. El demonio está detrás de esta tormenta…
Y yo me pregunto: -¿a qué Iglesia pertenezco? Muchos no lo tienen claro. Bastantes se han enrolado en la barca más cómoda. No pocos se han marchado desilusionados. Otros están perplejos. Yo, meditándolo mucho, y con toda humildad, debo decir que me quedo en la Iglesia de siempre, que no es retrograda, sino que intenta ser fiel a los principios de la fe con tenidos en la Palabra de Dios y la Tradición. Los demás que asuman sus responsabilidades y recuerden aquellas palabras de Cristo: -El que no está conmigo está contra mí. El que no recoge conmigo desparrama… No podemos servir a dos señores… ¿Vosotros también queréis marcharos? - ¿A dónde vamos a ir? Solo Tú tienes palabras de vida eterna.
Juan García Inza
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