Se llama Ángel B. C. Es uno de los responsables de Cáritas de una parroquia. Hace un tiempo y durante una entrevista me contaba el siguiente hecho:
«Eran las cuatro de la tarde. Me encontraba en un local de Cáritas y atendía a los ancianos necesitados. Vino una pareja joven. Les resolví el problema que presentaron. Después, me pidieron un vale para cenar y dormir aquella noche. Les dije que volvieran dentro de una hora, que el responsable los atendería.
No escucharon. Estaban muy excitados, tal vez debido al alcohol y a un poco de droga.
Les dije que me perdonaran pero que debía atender a personas ancianas que esperaban.
El joven, mucho más alto que yo, sin decir palabra, se acercó y me escupió en la cara... Abrieron la puerta y se marcharon.
Cerré los ojos, aguanté la humillación y de inmediato dije:
»“¡Dios mío, Dios mío!... ¡Qué bien!... Mira, me han escupido como a ti, Jesús.”
»Me fui al lavabo y me lavé la cara. Y di gracias a Dios por haber sufrido aquel salivazo a imitación de Jesús. Después experimenté en mi interior paz y alegría.»
— Si cuando nos cae una humillación que no hemos buscado la aceptamos, la digerimos y la trascendemos... cosecharemos alegría.
— La alegría honda es la que nace del vencimiento de uno mismo —del amor propio— y del seguimiento de Jesús.
— La humildad —la verdadera— trae paz.
— La humildad —la verdadera— trae alegría.
Alimbau, J.M. (2017). Palabras para la alegría. Madrid: Voz de Papel.