NO SE ANDAN CON BROMAS
Vivimos tiempos de cuerpo bulímico y cabeza anoréxica.
-Rafael Gordon-
Un judío, Samuel, con la mejor de las intenciones, había enviado a su hijo, Samuel, al colegio más caro de la colectividad judía, pero, pese a sus intentos, Samuel hijo no daba «pie con bola».
El primer mes las calificaciones fueron pésimas. Y el segundo, y el tercero...
—Samuel, hijo, escúchame bien lo que voy a decir: si el próximo mes tus calificaciones y tu comportamiento no mejoran, voy a tener que pasar por la vergüenza de mandarte a estudiar a un colegio católico.
Al mes siguiente, Samuel que era constante en la negligencia, siguió igual. Y el padre cumplió su palabra. Un rabino cercano a su familia le recomendó un buen colegio de franciscanos, y Samuel fue enviado allí.
En el boletín del primer mes todo eran notables y sobresalientes. Y así todos los meses. Asombrado, el padre le pregunta:
—Hijo, Samuel, estoy muy satisfecho de que te vaya tan bien en la escuela. ¿A qué se debe cambio tan radical?
—Lo que pasa es que, después de que me presentaron a todos los compañeros y profesores, fuimos a la iglesia. Cuando entré, vi a un señor crucificado, con los clavos en las manos y en los pies, todo ensangrentado y con cara de haber sufrido mucho. Pregunté quién era. Y me respondió uno de los cursos superiores: «Ese era un judío igual que tú». Entonces me dije: «En este colegio no se anda con bromas!».
Tengo un paisano ya entrado en años que cada vez que comentamos la permisividad de muchos padres de hoy en día, me hace siempre el mismo comentario socarrón: «El entendimiento, cuando lo aprietan, discurre maravillas».
Hay dos razones que estimulan a la persona a portarse bien: ver el resultado favorable de su esfuerzo o las consecuencias nefastas de no hacerlo.
Dos son las alas que nos remontan en educación: premio y castigo. Y es mejor estimular premiando que castigando o riñendo; pero los castigos son indispensables, o más bien no son inútiles, si se usan oportunamente, aunque hoy no estén de moda en determinadas corrientes educativas. Estas corrientes permisivas niegan el valor del castigo porque lo presentan como una cosa desagradable ocultando su poder de corrección.
Arrastrados por estas corrientes «modernas», hay padres que se resisten a castigar porque un castigo nunca es agradable y los padres, para ser ejemplares, al castigar se castigan a sí mismos. Normalmente se rehúye el castigo por comodidad sin darse cuenta de que, a la larga, serán mucho más castigados por no castigar.
El castigo, como recurso educativo, no ha pasado de moda, aunque hoy no esté de moda, pero ahorraremos muchos castigos a nuestros educandos, si les demostramos con hechos que a la hora de educar, no nos andamos con bromas.