No todo amor a uno mismo es reprensible. Nuestra naturaleza es digna de amor y el Señor mismo ha propuesto el amor que nos tenemos a nosotros mismos como modelo del amor que debemos al prójimo (Mt 22,39). Pero el afecto desordenado a uno mismo conduce a referir todas las cosas a la utilidad y satisfacción propia sin preocuparse por la gloria de Dios y el bien del prójimo. Muchos males brotan de un amor propio mal entendido.
«El amor propio... es el origen de todos los males.
El amor a los otros... el origen de todos los bienes», escribió Kant, filósofo alemán.
El monje y maestro espiritual Benedikt Baur, enseña:
— «El amor propio es la fuerza que mueve el mundo.»
Así lo afrima San Pablo: «Todos procuran sus intereses».
Todos van a lo suyo. Todos buscan su provecho: somos unos egoístas. El egoísta nunca gustará la verdadera alegría.
— El amor propio es la raíz secreta y profunda que hace a las personas, continuamente infelices y sin alegría: concupiscencia, mentira, ambición, envidia, infidelidad, robos, odios, peleas...
— El amor propio es la madre fecunda de todos los grandes crímenes de la humanidad, de las injusticias que claman venganza al cielo y de las que la historia es rica en ejemplos: de las opresiones, de las enemistades, de las guerras, muertes y de la destrucción de toda felicidad y alegría, propia y ajena.
— El amor propio es lo que arranca la fe y la esperanza de los corazones, les priva de una visión trascendente... La fe y la esperanza son esenciales para la alegría. San Rafael Arnáiz, enfermo, escribía: «Espero un dulce despertar... que hace que la vida se lleve con santa alegría.»
— «El amor propio —dice Baur— en las relaciones nos hace susceptibles, soberbios, inflexibles, impacientes, exagerados en la afirmación del propio yo y de los propios derechos, fríos, indiferentes, injustos en nuestros juicios y en nuestras palabras. En consecuencia, donde reina el amor propio es difícil que reine la alegría.
— »El amor propio y el amor de Dios son como los dos platos de una misma balanza: si uno sube, el otro baja. La derrota del amor propio lleva a Dios.
Entonces viviremos el don de la alegría.»
Alimbau, J.M. (2017). Palabras para la alegría. Madrid: Voz de Papel.