La oración es un acto de pobreza. No solamente porque el orante parta de un cierto conocimiento de necesidad. Éste es importante y cuanto más radical es la necesidad, el contenido de la oración es más profundo. Si lo que necesito es a Dios no simplemente para ser, sino para ser aquello a lo que estoy llamado a ser, la percepción de mi pobreza habrá crecido. Pero esa pobreza lo es también si además de conocer la carencia, percibimos que no podemos subvenir a ella. La radicalidad de la carencia y la incapacidad para saciarla marcan lo que pidamos, lo que agradezcamos, etc.

Pero además la pobreza está en el desprendimiento de la oración misma. "Hágase tu voluntad". Qué hermoso llegar a desprendernos totalmente de nuestra petición o nuestro agradecimiento o nuestra alabanza y regalárselos a Jesús, el único mediador entre Dios y los hombres, para que haga Él lo que quiera, para que disponga de ello, para que lo presente o no al Padre.

Esta pobreza solamente es posible en la medida que nos mueva el soplo del Espíritu. Si son nuestras fuerzas, siempre nos agarraremos, en alguna medida, a nuestra oración, a su contenido; solamente el Espíritu nos hace libres de todo para serlo plenamente en Dios.