DOS MADRES. DOS HOGARESCRISTIANOS
   En el caserío de Ajustrel tenían sus hogares los pastorcitos. Cuñados entre sí, pertenecían a Antonio dos Santos, esposa de María Rosa de Jesús y Manuel Pedro Marto, esposo de Olimpia, hermana de Antonio dos Santos y viuda de José fernández Rosa.
   Lucía había nacido el 22-III de 1907. Vivía con sus padres Antonio dos Santos y María Rosa de Jesús, tres hermanas y un hermano. Francisco, nacido el11-VI-de 1908 y Jacinta, el10-III de 1910, son pequeños de una familia numerosa. Vivían los dos hijos del primer matrimonio junto con los ocho supervivientes  del segundo.
   Nos puede extrañar hoy; entonces, en aquella montaña, no todos los hijos podían asistir a la escuela. Era suficiente que dos o tres en cada hogar supieran leer y escribir. Ante todo, era necesario que supieran ganarse la vida. Cuando cumplían trece o catorce años iban con las personas mayores al trabajo del campo. Mientras, los pequeños cuidaban del rebaño. Así se explica que Lucía, Jacinta y Francisco fueran pastores con  siete y ocho años de edad.
   Jacinta, la pequeña de la casa, fue muy mimada por sus hermanos. De Olimpia, su madre, aprendió las primeras nociones del catecismo y el conocimiento y amor a Jesucristo y a la Virgen Madre. Lucía, su prima, también recibió una educación cristiana estupenda de su madre María Rosa. Era más tosca que su cuñada pero cuidaba con esmero que sus hijos vivieran como bautizados.  Su marido no era especialmente devoto. Los domingos, después de la Misa, permanecía en taberna hasta entrada la noche. Rosa quería que sus hijas  fueran modestas y valientes. Sus hijas mayores enseñaban el catecismo a los pequeños en la Iglesia.
   Lucía, por haber aprovechado las instrucciones de su madre, mereció recibir la Comunión sin haber cumplido los siete años. En la preparación respondía mejor que la mayoría de los niños. A pesar de ello, el Párroco la rechazó por demasiado pequeña. Lucía lloraba ante la Virgen del Rosario, cuando entró el Misionero Cruz, muy conocido en todo Portugal. Intervino ante el Párroco. Examinada de nuevo, el Sr. Cruz descubrió en aquella niña un alma de admirables disposiciones religiosas. Le dijo: Sé fiel a Dios, pues eres un alma protegida por Él.
   Esta frase, cuando llegaron las persecuciones y las dificultades fue un gran sostén, para permanecer fiel. En esta anécdota vemos sobresalir la inteligencia de esta niña; también la dedicación amorosa de su madre con una niña que no sabía leer. La casa de Rosa era una escuela de cristianismo y de patriotismo. Allí se aprendía la fe y las viejas historias patrias. Junto con ello, no faltaban hermosas canciones y relatos asombrosos de hermosas princesas. Lo más esperado por Lucía eran los relatos de la Sagrada Escritura y especialmente de la Pasión del Señor.
   La amistad de Francisco y Jacinta con Lucía arrancan de estos catecismos familiares a los que algunas veces eran admitidos. También acudían otros niños del pueblo. Llegó a oídos de María Rosa que algunos de ellos había dicho palabras inconvenientes: