La Iglesia, desde siempre, ha tenido y tiene su propio léxico para poder comunicarse con todas las personas. Uno de los términos más usuales es el de pecado, el cual no forma parte del lenguaje políticamente correcto. En el socialismo, no sólo el vocablo, sino su significado, no existe, ha quedado obsoleto, en desuso, y desterrado de su diccionario. No así la dura realidad del pecado. Por doquier: injusticias, violaciones, robos, mentiras, asesinatos etc. He aquí lo que el gran tribuno, orador y político, Donoso Cortés, dejó escrito: “La negación fundamental del socialismo es la negación del pecado, esa gran afirmación que es como el centro de las afirmaciones católicas.
Esta negación lleva consigo, por vías de consecuencias, una serie de negaciones, unas relativas al ser divino, otras al ser humano y otras al ser social”. Las consecuencias de esta negación las estamos palpando en nuestros días: Ateismo, aborto y sociedad desnortada. El Evangelio, la Tradición de la Iglesia y su Magisterio oficial, siguen hoy día, hablando de pecado como ofensa a Dios y al prójimo. El Gobierno, por boca de su vicepresidenta sostiene que “el pecado es un concepto que se sitúa en el ámbito de las creencias y no tiene ninguna cabida en el ordenamiento jurídico”. ¿Se excluyen ambos?.
¿Los actos malos no tienen cabida en el ordenamiento jurídico?. ¿Quién tiene razón?.
Se precisa cuanto antes un esclarecimiento a estas cuestiones que a todos conciernen.