Se llama Paulina. Contaba con unos treinta años. Trabaja con los más pobres en una gran ciudad española. Todo lo que posee —como misionera de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta— son tres saris y pocas cosas más. Ella afirma:
«Pero todo esto no es duro, es una alegría:
si tuviese diez vidas lo eligiría de nuevo, porque el Espíritu Santo, que te da la vocación, te colma de alegría.
»Hay que entender una cosa: nosotras elegimos ser pobres —que es algo no natural— para seguir a Cristo, que se hizo esclavo para servirnos. La Madre Teresa nos decía a las misioneras que deberíamos avergonzarnos de ser más ricas que los pobres a los que Cristo se igualó.
»Pero nuestra vocación es pertenecerle a Él, no a los pobres. Cuidándolos a ellos, lo cuidamos a Él. Nosotras admiramos el trabajo social, pero no somos trabajadoras sociales.
»El sufrimiento es una fuente de alegría, afirmaba Madre Teresa.
»Los santos son los que están cercanos a Dios. Pero la santidad es tarea de todos y, en concreto, de los que sufren, porque el sufrimiento —si lo entendiésemos, seríamos Dios— está en Sus planes. ¿De qué sirve quejarse?
»Si uno acepta el sufrimiento y lo ofrece a Dios, experimentará, beberá del agua de la alegría. Es así simplemente.»
Como decía muy bien Gustave Thibon:
«Yo creía en Dios. Ahora ya no creo nada más que en Él.»
Alimbau, J.M. (2017). Palabras para la alegría. Madrid: Voz de Papel.