Una día llevaron a Lourdes a una joven suiza gravemente enferma, pero de gran dimensión interior. Su nombre: Adela Kamm. Allí en la explanada, tendida en la camilla, rodeada de otros enfermos escuchaba atenta las súplicas de sus compañeros de dolor:
— «¡Señor, haced que vea..!
— ¡Señor, haced que ande..!
— ¡Señor, curadme...!»
 
Ella, desde su camilla, suplicaba:
— «Señor, que yo acepte
 
Y porque aceptó... vino a ella: la luz, la paz, la alegría... Desde entonces fue la doctora de la sonrisa y de la alegría en el dolor. Siempre sonreía, siempre vivía contenta, alegre y transmitía dicha a cuantos se le acercaban.
 
El beato Rafael Arnáiz, aquel universitario, estudiante de Arquitectura, ingresado en la Trapa, y posteriormente enfermo, escribía:
— «Aceptemos la cruz y saltemos de gozo
 
San Doroteo enseñaba que:
«aquellos Padres antiguos tenían grande ejercicio de:

1. Tomar todas las cosas como venidas de la mano de Dios, por pequeñas que fuesen y de cualquier manera que viniesen.

2. Que al aceptarlas... se conservaban en grande paz y quietud interior y vivían ya una vida de Cielo




Alimbau, J.M. (2017).  Palabras para la alegría. Madrid: Voz de Papel.