Buscamos el amor. Y, tal vez un buen o un mal día, creemos haberlo encontrado.
Si es una persona, se trata de un espejismo en la inmensa mayoría de los casos.
Si es un flechazo o un apasionamiento, las posibilidades de que sea un bonito fuego de artificio aumentan exponencialmente.
Si es una persona que nos ofrece el paraíso, el peligro crece.
Sobre todo porque estaremos cayendo en el egoísmo inconsciente de enamorarnos de nuestra propia imagen o de nuestros sueños más optimistas.
El demonio adecuado solo puede producir un infierno adecuado a nuestros deseos.
Pero un infierno, al fin y al cabo.
El desengaño es la gracia de Dios para arrancar esa piel de serpiente de nuestra propia piel.
Duele.
Mucho.
Que te despellejen duele. Sin duda.
Lágrimas por el paraíso-infierno perdido. Y por el ego destrozado.
Dios nos ha librado de las llamas eternas y del pecado mortal y, como agradecimiento, maldecimos a Dios, o nos quejamos, o nos resignamos sorbiendo las lágrimas de la ira.
De nuestra ira ególatra.
No hay amores que duren para siempre si no son el reflejo del Amor a La Persona.
La Persona es Cristo. El Hijo de Dios torturado y asesinado por tí. Por mí. Por amor a tí. Y a mí.
Jesús, el Cristo. En Su Amor nada se perderá: ningún amor bonito -mi mujer llama "bonito" al amor puro, blanco, infinito- caerá en el olvido de los egos de polvo y de ceniza.
Mientras tanto, los desengaños, y el cadáver descompuesto de la reina y Francisco de Borja decidido a no servir jamás a señores que en gusanos se convierten.
Mientras tanto, los desengaños sean bienvenidos. Es un dolor que cura.
Todo dolor cura y redime, aunque no seamos conscientes de que nos cura y les redime.
Para entender esto hay que mirar en la dirección del Cielo que señalan los cohetes góticos, las catedrales.
Hoy, la arquitectura son edificios cúbicos, decapitados, iguales como todos los infiernos -el Cielo es un Reino y el infierno es una comuna igualitaria en el tormento-, hoy los edificios, decía, han perdido la cabeza y el corazón: no despegan de la tierra y dirigen nuestras miradas al único dios que está por debajo de la cabeza y del corazón: la genitalidad. Coño. Cojones.
Una verdadera pena. Un crimen. Un genocidio de almas y una violación masiva de las conciencias.