El tema de unidad y del ecumenismo intraeclesial ha sido uno de los que más he tratado últimamente. La tolerancia superficial y aparente, es algo que se sufre de forma especial. Es cierto que la tolerancia aparente nos impide llegar a enfrentarnos violentamente, pero no podemos adoptarla como la solución a las grietas que nos separan. Una tolerancia que tiene más de desprecio que de caridad, aunque nos permita dar una apariencia de unidad. Una apariencia de unidad que no satisface a nadie.
Hace unos días me llegó un video que creo interesante comentar. Su protagonista es un católico estadounidense llamado Michael Voris y su título es: “Personal Relationship with Jesus Corregido”. Es un video que dice muchas verdades incómodas y que podemos utilizar con facilidad pra despreciarnos unos a otros. Pero no tomemos la salida fácil de rechazar lo que nos disgusta. Es un video que nos induce a reflexionar sobre nuestra fe y la unidad. Tras verlo, podemos plantearnos la siguiente pregunta: ¿Tanto ha cambiado la fe que teníamos hace 30, 40 o 50 años? Ciertamente ha cambiado mucho para ciertos católicos y muy poco para otros. ¿Cómo podemos vivir la fe unidos cuando la fe que parentemente nos "une", produce incompatibilidades y lejanías?
No se trata de imponernos unos a otros la fe que cada cual se ha creado. Tampoco se trata de imponernos una fe descontextualizada de la realidad que vivimos. No deberíamos personalizar la fe, ni tampoco utilizarla como arma entre nosotros. No voy a discutir de nuevo sobre lo que creemos cada uno de nosotros. Es mucho más interesante plantearnos dos preguntas. Dos preguntas que Poncio Pilatos se planteaba hace más de dos mil años, cuando tenía delante a Cristo. Ciertamente no hemos cambiado nada en estos dos mil años. Poncio Pilatos se preguntaba por el Reino de Dios y por la Verdad. Todavía hoy en día nos preguntamos si el Reino de Dios es de este mundo y sobre qué es la Verdad. Todavía Cristo nos causa problemas cuando lo tenemos delante e intentamos juzgarlo con nuestra vara de medir humana. Veamos lo que nos dice San Agustín de ambos temas.
Sobre la primera de las cuestiones, San Agustín nos indica:
Esto es lo que nuestro buen Maestro nos quiso demostrar. Pero antes quiso hacernos ver la vana opinión que los hombres tenían de su Reino, tanto los gentiles como los judíos, a quienes Pilato la había oído, como si hubiese cometido un crimen digno de muerte por haber supuesto un reino que ellos creían ilegítimo. O bien, como aquellos que están en posesión del poder acostumbran envidiar a los que han de sucederles, los romanos y los judíos querían precaver que este nuevo poder les fuese contrario. Porque si a la pregunta de Pilato hubiese contestado en seguida, habría parecido que su respuesta se dirigía sólo contra la falsa opinión de los gentiles, y no a la de los judíos. Pero después de la respuesta de Pilato, la respuesta de Jesús se dirige a los gentiles y a los judíos, como si dijera: Judíos y gentiles, oíd: no impido vuestra dominación en este mundo. ¿Qué más queréis? Creyendo, venid al reino que no es de este mundo. ¿Cuál es, pues, su reino sino el de los que creen en El, a quienes dice no sois de este mundo, aunque quiera que estéis en este mundo? Por lo que no dice: Mi Reino no está en este mundo, sino "no es de este mundo" (Jn 8,23). Es, pues, de este mundo todo lo que en la humanidad, si bien creado por Dios, fue generado de la raza viciada de Adán. Fue, pues, hecho un Reino, no ya de este mundo, de todo aquello que fue regenerado en Cristo. Así, pues, Dios nos sacó del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor. (San Agustín, tratado sobre el Evangelio de San Juan 115, 1)
Sobre la segunda de las preguntas, San Agustín nos dice:
Dando Jesucristo testimonio de la Verdad, lo da de sí mismo, porque ésta es su palabra: "Yo soy la verdad" (Jn 14,6); pero como no todos tienen fe, añadió: "Todo el que es de la verdad oye mi voz". Oye, en verdad, con los oídos del alma; esto es, obedece a mi voz, como si dijera: Cree en mí. Por las palabras: "Todo el que es de la verdad" expresa la gracia de su vocación (Rom 8). Si consideramos la naturaleza en que hemos sido creados, habiéndonos creado a todos la verdad, ¿quién habrá que no sea de la verdad? Pero no todos han recibido de la verdad la gracia de obedecer a la verdad. Porque si dijo "Todo el que pertenece a la verdad oye mi voz", podrá creerse que se llama venido de la verdad el que obedece a la verdad; pero no dice esto, sino "Todo el que es de la verdad oye mi voz". Oye, ciertamente; pero él no es de la verdad porque oye su voz, sino que oye porque es de la verdad, pues este don le ha sido dado por la verdad. (San Agustín, tratado sobre el Evangelio de San Juan 115, 4)
Actualmente tenemos problemas de unidad hasta en la celebración de los sacramentos. Sacramentos que cada cual entiende como quiere, ya que cada cual vive personalmente "su fe personal", Una fe basada en emotivismos que nos lleva hacerla maleable o a adaptarla a las literalidades. Los sacramentos son signos. Si cada cual da un significado diferente a los mismos signos, nos encontramos con la Torre de Babel en pleno siglo XXI. La Liturgia se convierte en un campo de batalla y el malingo se frota la manos encantado.
ichael Voris señala una realidad evidente: la misma Iglesia nos anima a un “encuentro personal” y subjetivo, con Dios. Un encuentro que cada cual vive a su manera y a partir del que cimentamos una “fe personal/personalizada” que “sentimos” y que defendemos con la “verdad”. Mi verdad que nadie puede negar, porque es mía. Mirando fuzgamente a Tolkien y al Señor de los Anillos: ¿Se acuerdan del anillo de poder que corrompe a quien lo posee? No estoy de acuerdo con Michael Voris en que el encuentro personal con Cristo sea innecesario. El problema no es que necesitemos encontrarnos personalmente con Cristo, sino que cada cual se encuentra con el Jesús que le apetece y gusta. La Verdad (que es Cristo) se personaliza según lo que cada uno de nosotros siente. Después, cuando intentamos poner los cimientos de una comunidad viva, las piedras no encajan y resultan incómodas unas a otras. Se hace realidad la indicación de que la “Piedra desechada por los arquitectos, es ahora la Piedra Angular”. Pero ¿Qué piedra? ¿La tuya, la mía, la suya? Nadie tiene la Verdad, aunque lo sintamos emotivamente o citemos literalmente las actas del Concilio de Orange. La Piedra Angular no es propiedad de nadie.
Seamos auto-críticos. No miremos con tolerante desprecio la paja en ojo ajeno. Miremos con desprecio nuestra propia viga, porque la vida que llevamos nos impide la visión de Dios. La intransigencia y la intolerancia aparecen en todas las sensibilidades eclesiales. Incluso quien se vanagloria de acoger a "todos", puede deleitarse de "sentirse" maravilloso y llamar "cara de pepinillo en vinagre" o "fariseo" a quien no es su "gusto" eclesial. Esta tolerancia aparente es especialmente sorprendente cuando te gritan con odio “no juzgues”, mientras te dan palos con la misma frase. Todo un ejercicio de inconsistencia que termina por hacernos sentir fuera de lugar cuando nos salimos del grupito eclesial que “nos gusta”. Por otra parte, cuando nos reunimos por exigencias del guion, todos actuamos de forma sonriente para no evidenciar la tormenta interna que vivimos. Aquí es donde aparece la consideración sobre el Reino de Dios.
Nos enfrentamos al Misterio del dominio que Dios reclama para Sí, tanto en cada uno de nosotros como en la sociedad. Hay quienes ven a la sociedad como el reino y proclaman que la misma Iglesia debe convertirse a los valores sociales imperantes. Hay quienes ven en todo grupo humano diferente, un peligro y lo asimila a la acción del maligno. Por una parte se proclama una iglesia en salida, abierta, asimiladora de la cultura de cada momento. Por otra parte, se proclama una iglesia cerrada en guetos. Una iglesia en donde se defiende una sensibilidad determinada como primicia del mismo Reino de Dios. Para algunos, la apertura está por encima de Dios mismo y para los otros, la letra de la ley está por encima de Dios mismo. Al final, unos y otros se consideran poseedores del Reino y de la Verdad. He tenido “problemas” con ambos grupos y no es agradable que te señalen como rigorista y como relativista, al mismo tiempo. Terminas preguntándote qué sentido tiene una Iglesia donde la unidad es una mentira disfrazada.
Eso sí, si te “conviertes” a las sensibilidades de un grupo/tendencia/sensibilidad, se te perdona todo. El objetivo es ignorar o guerrear contra los demás grupos. Si decides no participar en esta segmentación eclesial, te conviertes en un “tibio” que no toma partido por ningún “partido” eclesial. ¿Quién tiene la Verdad? ¿Quién tiene potestad sobre el Reino?
Me temo que la Verdad y el Reino no son de nadie. En el mejor caso, deberíamos intentar que Verdad y Reino nos contengan. Los seres humanos somos seres limitados ¿Cómo es que nos atrevemos a proclamar que somos dueños de la Verdad y tenemos potestad sobre el Reino?
¿Una relación personal con Jesús? Sin duda, pero que no conlleve un “Jesús” personal y creer que tenemos dominio y la potestad sobre Él. Nosotros somos quienes debemos convertirnos a la Verdad y vivir en pleno dominio de Dios, somos nosotros. Mientras sigamos viendo a Dios como herramienta de nuestros deseos y objetivos, la Iglesia seguirá errante por el desierto de los tiempos, sociedades y culturas. ¿Unidad? En estos tiempos de emocionalismo postmoderno, es imposible. Imposible con nuestras fuerzas humanas. Imposible por muchos discursos aparentes y vacíos que realicemos. Imposible por muchos aplausos que recibamos.