En este evento, cuya finalidad es la defensa de la familia natural y del derecho a la vida de los no nacidos, se ha abordado uno de los retos a los que debería enfrentarse la clase política europea: el invierno demográfico.
Ahora bien, no todos los líderes carecen de la altura de miras suficiente para afrontar el reto. El tándem conservador del Visegrado, compuesto por Hungría y Polonia, marca la excepción. De hecho, el Primer Ministro húngaro, Viktor Orbán, ha participado en el evento en cuestión.
Quien, en 2011, logró sacar adelante una reforma constitucional que garantiza el derecho a la vida desde la fecundación y blinda la institución del matrimonio frente a revisiones de ingeniería social, definiéndolo como la unión entre un hombre y una mujer, apuesta por reforzar sus políticas para incentivar la natalidad (considerémoslo un refuerzo del Programa Erzsébet).
Precisamente, anuncia ampliar las deducciones fiscales, poniendo el foco en las familias con dos hijos, lo cual sería una adición a las que se están aplicando en los últimos años como, por ejemplo, aquellas de las que se benefician los primeros matrimonios. Ahora bien, también se pretende reforzar la faceta asistencialista que, en la totalidad, caracteriza a los planes de su homóloga polaca Beata Szydlo como, por ejemplo, el programa “Familia 500+”.
A medidas como las subvenciones para las madres con niños menores de 3 años, la “gratuidad” de la Escuela Infantil, de la alimentación infantil y de campamentos de verano, y los subsidios a las familias para comprar pisos, se le suma la apuesta por destinar el 3’6 por ciento del Producto Interior Bruto húngaro (PIB) a incentivar la natalidad, de lo cual formarían parte partidas como los 3.200 euros/familia para cubrir sus gastos de hipoteca.
Desde mi punto de vista, han sido las políticas socialdemócratas que han consolidado el llamado Estado de Bienestar las que han contribuido a la crisis de la natalidad, sí. En otras palabras, ha sido el estatismo el mayor enemigo de la familia, y sigue siéndolo en muchas partes, pero no solo por esto, sino porque también le ha alienado ciertos roles educativos, aunque esta no es la cuestión. Así pues, la parte socialdemócrata se puede enmendar y considerar un obstáculo.
De hecho, cabe recordar que, a pesar de la drástica rebaja del Impuesto de Sociedades y de las deducciones previamente mencionadas, la política económica de Orbán es intervencionista, lo cual caracterizan hechos como la nacionalización de los activos de los fondos de pensiones privados y de empresas de sectores como el financiero, el energético, el de telecomunicaciones y el de venta al por menor, así como subidas de impuestos para reducir el déficit (en 2011).
Además, según el Índice de Libertad Económica de la Fundación Heritage, si bien se reconoce que la presión fiscal y el equilibrio presupuestario sean los propios de una economía bastante libre (también se mencionan las rebajas en el impuesto sobre la renta), el gasto público supone, aproximadamente, la mitad del PIB húngaro (lo cual es considerado como algo de las economías reprimidas), y la deuda pública es de un 75’5% del PIB. Mientras tanto, se advierte de que las regulaciones laborales pierden flexibilidad.
Dicho esto, quizá alguien me pueda rebatir acusándome de anteponer las cuestiones económicas a la importancia de una sociedad civil floreciente, a sabiendas de las negativas consecuencias que acarrearía la despoblación. Pero no, igual que no creo que la solución sea aceptar flujos masivos de inmigrantes que no se adaptan (musulmanes), tampoco creo que en esta ocasión se pueda “curar la leucemia con sanguijuelas”, esto es, aplicando recetas socialistas contra el invierno demográfico.
No solo voy a reafirmarme haciendo paráfrasis que reduzcan mis probabilidades de ser acusado de relativista, como la siguiente afirmación del historiador paleolibertario estadounidense y católico Tom Woods: “Liberando a los individuos de la obligación de abastecerse su propia renta, salud, seguridad, jubilación y educación, el rango y el horizonte temporal de la provisión es reducido, y el valor del matrimonio, la familia, los hijos y las relaciones parentales disminuyen. La irresponsabilidad, el cortoplacismo […] e incluso el destruccionismo son promovidos”.
También voy a recurrir al contraste de datos. Vamos a exponer una gráfica en la que se observará la correlación entre libertad económica (según el Índice de Libertad Económica previamente mencionado) y la tasa de fertilidad (según la CIA y indexMundi), tomando como muestra la siguiente relación (año 2016): Chequia, Hungría, Estonia, Letonia, la Unión Europea (suponemos que Heritage calcula solo la media comunitaria) y Estados Unidos. Cada par representará a unidades geográficas “homólogas” en cierta medida, ya sea por proximidad, por extensión geográfica, por razones culturales y/o por número de habitantes, aproximando muy al alza.
Como se puede observar en la misma, la libertad económica es determinante. Por ejemplo, mientras que Chequia (o República Checa), país que limita con Hungría, y la aventaja en 7’2 puntos en cuanto a libertad económica, no tiene menos tasa de fertilidad que el país magiar. Ocurre lo mismo con Estonia y Letonia. Luego, los Estados Unidos sobresalen en contraposición con la Unión Europea, constituyendo la mejor prueba de que es clave aminorar el intervencionismo.
De hecho, respecto a la última comparación, cabe destacar que, en cuanto a labor freedom, según ese mismo índice, el país norteamericano aventaja en 27’2 puntos. A su vez, hay que decir que se destaca este aspecto ya que la necesaria conciliación familiar y laboral solo es posible en la medida en la que las leyes laborales son flexibles y dan al empresario mayor margen de maniobra (por ejemplo, contemplando por una flexibilidad horaria) y más posibilidades de que aumente la productividad, algo que es clave a la hora de subir los salarios (los decretos y los consensos no solo son una imposición, sino que también suponen perjuicios económicos).
Una vez analizados todos esos datos, habría que concluir con que el fin no valida los medios. Esto es, que Orbán acierta preocupándose por una sociedad civil floreciente igual que cuando se preocupa por el derecho a la vida y apuesta por defender los valores cristianos occidentales, no acierta con una parte muy considerable de sus políticas económicas. Igual que Thatcher fue imperfecta al no ser una pro-vida convencida, Orbán lo está siendo en la medida en la que no es partidario del fiscal conservatism.
Debe rectificar, sin esperar a impulsos utilitaristas. Tiene que cambiar su rumbo político-económico, y avanzar hacia un conservadurismo de orientación liberal. Ahora bien, no sería el único que acabare afectado por el utilitarismo. Como estipula el director de investigaciones del Acton Institute, el liberal-conservador Samuel Gregg en su libro Becoming Europe: “ningún gobierno europeo parece estar especialmente interesado en [emprender reformas liberales] para articular una gran visión política y moral, basada en la liberación del Estado y de la sociedad de la mano muerta del Estado”.
Es más, debería ser consciente de que apelar al principio de subsidiariedad no consiste únicamente en evitar imposiciones del politburó bruselense en materia de inmigración, sino en considerar, parafraseando al Papa Juan Pablo II, que un ente superior no debe privar a las comunidades de orden inferior de sus funciones, pero sí ayudarles a coordinar su actividad con la del resto de la sociedad, en aras del bien común, que no está reñido con la libertad y la responsabilidad.
Dicho esto, ¿cuál es la comunidad de orden inferior? Básicamente, las familias. En estas deben primar el derecho a educar libremente a sus hijos así como una cultura de esfuerzo y de responsabilidad. Luego, mientras que la mejor fórmula de solidaridad, correlacionada con el principio de subsidiariedad, pasa por la caridad, en la que se debe de implicar el prójimo, dada esa máxima de deber ético basada en la entrega por los demás.
Antes de finalizar, me gustaría afirmar que sería deseable que en el debate político y sociológico de Hungría fraguara una corriente liberal-conservadora, que contribuyera a intentar contrarrestar las distorsiones de la política de Orbán contra el orden espontáneo, como ocurre en Polonia.
El polaco que, sin renunciar a esos valores moralmente conservadores que definen la sociología del país, apuesta por el laissez-faire, tiene un abanico considerablemente amplio y potente e interconectado: think-tanks como la Fundacja Republikańska, la Fundacja Wolności i Przedsiębiorczości, la asociación KoLiber y el sector conservatarian del partido del rockero Pawel Kukiz.
Concluyendo, sin olvidar que hay que promover desde la sociedad civil la importancia de que aumente la natalidad, no se puede aplicar lo que, técnicamente, “ha ocasionado este problema”.