El problema está en que el monasterio es el punto más alto del pueblo y, a pesar del pararrayos, alguno nos ha hecho una luminosa visita excesivamente cercana.
Asà ha ocurrido hace unos dÃas. En la última tormenta, uno de los rayos cayó en el campanario... fundiendo todo el sistema de las campanas a su paso.
Teniendo en cuenta que el monasterio se rige por las campanadas, ¡estábamos desorientadÃsimas! Asà que las sacristanas se han encargado de tocar la campana pequeña, que está en el centro del convento. Ha sido una buena solución, aunque, como su sonido es más suave, habÃa que estar más atenta...
Esta situación me ha hecho orar mucho. Y es que hoy celebramos la Ascensión del Señor.
Se supone que es un dÃa de alegrÃa y de victoria... pero reconozco que no me gusta mucho. Al fin y al cabo, ¡el Señor se va! Recuerdo las palabras de Jesús de "os conviene que yo me vaya", y, si lo dice Él, pues una se fÃa... pero sin ver mucho dónde está lo positivo.
Sin embargo, ¡el Señor me ha regalado entenderlo! Es verdad, en la Ascensión el Señor se va, dejamos de verle y oÃrle; el gran campanario se queda en silencio. ¡Pero Cristo no nos ha dejado! Ahora sigue hablando con la campana pequeña, la que está en el centro del convento... ¡la campana de tu corazón!
Es cierto que ahora necesitamos más atención para escucharle, pero es una solución maravillosa: ¡ahora vive con cada uno de nosotros, sin separarse nunca! Se va... ¡para estar más cerca!