El autobús de Hazte Oír es el Gerard Piqué de la carretera: por doquiera que va, le silban. En la España del pensamiento único está mal visto que un central se exprese fuera del terreno de juego y que una organización flete un vehículo para informar a los niños de que son niños y a las niñas de que son niñas. La España del pensamiento único prefiere que el jugador del Barça se limite a contener al falso nueve de la selección gala en los amistosos y que Hazte Oír no haga hincapié en la obviedad biológica que explica las siete diferencias entre el Mono Burgos y Shakira.
En esta España nuestra de mozos del pueblo resulta normal que el autobús de Hazte Oír acabe apedreado, víctima de la intolerancia cejijunta de quienes consideran que toda idea sustentada en la lógica merece ser lapidada porque no está con los tiempos. Según los cuales uno no es varón porque se afeita, sino porque le han hecho creer que la cuchilla es cosa de hombres, como el coñac. Ni hembra porque menstrúa, sino porque le han hecho creer que la compresa es cosa de mujeres, como las telenovelas.
La España cejijunta ha descalabrado en Asturias al conductor del autobús de Hazte Oír en un ataque perpetrado en nombre de la progresía. Igual que un musulmán alude a la sarhía tras atentar en Manchester, el cejijunto alude aquí a la progresía, pero, a diferencia del moro, no para reivindicar la agresión, sino para acogerse a sagrado. Lo que explica que un internauta de izquierdas pida que se llamen radicales a los promotores del autobús y contestatarios a los que lo apedrean. Puede que al internauta no le guste la comparación, pero si razona así arguirá también que la víctima de una violación es responsable de ella por salir de noche con minifalda.