Aun cuando sigo convencido de que estamos en vanguardia en lo que se refiere al tema, constato, no sé si con la satisfacción del que comprueba que no está solo en el disparate, o más bien con la decepción del que esperaba encontrar en sus vecinos un ejemplo al que aferrarse, que en otros países de Europa también se cometen irresponsabilidades similares a las que cometemos en España. Estoy consternado por el homenaje que el tirano Gadaffi acaba de rendir a un miserable como Abdelbaset Al Megrahi, condenado por la muerte de 270 personas en el atentado contra el avión de la Pan Am perpetrado en el cielo de Lockerbie en 1988, el cual, tras cumplir apenas ocho de los años de su ya exigua condena a veintisiete –a mes de cárcel por cada una de sus víctimas- y ser indultado por motivos que se han definido como humanitarios, ha abandonado el Reino Unido, donde estaba preso, para presentarse en su país natal en olor de multitud.
Lo primero que se plantea es si una alimaña de la ralea de Al Megrahi es acreedor a ningún tipo de medida humanitaria. Pero aunque en un ejercicio supremo de estulticia supina, ingenuidad impostada e irenismo mal entendido la respuesta fuera positiva, debió prever el Gobierno de Escocia, responsable último de la execrable decisión, que aunque la medida de gracia se llevara a la práctica, nunca pudiera producirse un homenaje como el perpetrado. Habría bastado con impedir al sujeto en cuestión abandonar el país en el que cumplía condena. Y todo ello, sin entrar ni a considerar la repugnante hipótesis, insinuada desde Libia, según la cual, la liberación de Al Megrahi hubiera formado parte de un pacto dirigido a allanar obstáculos en el comercio libio-británico.
El Reino Unido, Europa en general, no pueden permitirse lo ocurrido. Primero por justicia, la que se debe a nada menos que 270 víctimas inocentes, (¿por qué será que hay que estar continuamente recordando una verdad tan “perogrulla”?). Segundo por prestigio, aunque en este extraño s. XXI que vivimos, a europeos en general y a españoles en particular, haya que explicarnos de nuevo la conveniencia de gozar, en política internacional como en cualquier actividad que uno acometa, de prestigio. Pero tercero y no menos, porque homenajes como el brindado al terrorista libio son simiente y semilla de nuevos terroristas, y en consecuencia, ponen en grave peligro la seguridad europea. ¿Camina Europa hacia el suicidio?