Cuántas veces hemos escuchado o incluso nosotros mismos hemos pronunciado esta célebre frase: “la intención es lo que cuenta”. Sin embargo, no son muchos los que se percatan de la gran equivocación y el grave error que conlleva esta idea.
¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?». Contestaron: «El primero». (Mateo 21,28-31)
Vemos claro que lo importante no es lo que expresamos o las buenas intenciones que podemos tener, sino el hecho de hacer algo o dejarlo sin hacer. La fe sin obras está muerta, nos dice la carta de Santiago, y por eso lo que determina nuestra fe son precisamente los hechos y no las intenciones.
Si no fuera así, el libro que encontramos después de los cuatro Evangelios no se llamaría Hechos de los Apóstoles, sino Intenciones de los Apóstoles. Pero ya lo dice también el refrán popular: “Obras son amores, que no buenas razones”.
La parábola de los talentos (Mateo 25,14-30) nos da la pauta que debe seguir nuestra vida cristiana para ser auténtica. El señor de aquellos siervos de la parábola felicitó y honró a los dos primeros por su actitud deliberadamente intencional que les llevó a actuar. Su fidelidad y su autenticidad no se fundamentó en sus razones ni en sus intenciones, sino en sus hechos probados: “Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25,21).
La obediencia al Señor demuestra fe y es auténtica cuando no deja para mañana lo que debemos hacer hoy. No encuentra excusas, no espera, no razona demasiado, no posterga ni difiere su respuesta, no espera señales, no exige seguridades ni aguarda hasta disponer de garantías. Simplemente avanza, da un paso al frente y mete sus pies en el río sin esperar a que se abran las aguas.
Esto es exactamente lo que nos muestra el comienzo del libro de Josué. Una vez que Moisés ha muerto, Josué toma el relevo para llevar a los israelitas a la tierra prometida:
Después de la muerte de Moisés, siervo del Señor, dijo el Señor a Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés: «Moisés, mi siervo, ha muerto. Anda, pasa el Jordán con todo este pueblo, en marcha hacia el país que voy a darles a los hijos de Israel. Os voy a dar toda la tierra en la que pongáis la planta de vuestros pies, como le prometí a Moisés». (Josué 1,1-3)
Ahora ya no se trata de que Dios abra las aguas para que después puedan cruzar el Jordán. Es necesario que den un paso en fe y obediencia, y se mojen los pies, para que el Señor abra las aguas. Es diferente. En nuestra vida cristiana solemos esperar a estar más preparados, sentirnos más seguros y verlo todo claro para tomar una decisión importante. Sin embargo, así no funciona. Normalmente acabamos por no tomar nunca esa decisión, aunque tengamos la intención de hacerlo, si lo dejamos para mañana.
Y como cooperadores suyos, os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios. Pues dice: «En el tiempo favorable te escuché, en el día de la salvación te ayudé». Pues mirad: ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación. (2 Corintios 6,1-2)
Debemos darnos cuenta de un detalle importante que encontramos en este texto bíblico: no dice que el tiempo favorable y el día de la salvación sea mañana, ni siquiera dice que sea hoy. ¡Es ahora! ¡Ahora es cuando!
Si te encuentras a una persona en el mar que se está ahogando y que necesita ayuda, no creo que le vayas a decir que será mañana o a lo largo del día de hoy cuando le puedas auxiliar. Necesitamos vivir nuestra vida cristiana de esta manera; es decir, deliberadamente intencional en el obrar. Hay demasiadas personas a nuestro lado que se están ahogando y que necesitan ser salvadas hoy, no mañana; ahora mismo, no después.
De la misma manera que vivir expresa nuestra necesidad física y vital más importante, dejar un legado es una gran necesidad espiritual que tenemos como creyentes. Debemos dejar huella con nuestra vida; es decir, dejar un mundo mejor del que encontramos al llegar. La escritora chilena Isabel Allende escribía en uno de sus libros: «La muerte no existe, la gente solo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré contigo».
Quiero invitarte a que vivas hoy como quieres que te recuerden mañana. Lo que vivimos es lo que nos vamos a llevar; por eso, comienza a vivir según lo que te quieras llevar cuando tengas que partir de esta tierra. Decía un orador y conferenciante argentino que las buenas historias, la vida de aquellas personas admiradas y recordadas, no fueron hechas en base a promesas, sino a acciones concretas.
“Recordar que uno va a morir es la mejor manera que conozco para evitar la trampa de pensar que hay algo por perder”, dijo Steve Jobs. Hoy tienes la oportunidad de comenzar a vivir una vida intencional que provoca las cosas y que no se sienta a esperar. Hazlo hoy y no mañana, porque no sabes si llegará. Hazlo ahora y no lo dejes para después, porque igual ya es demasiado tarde.
Fuente: kairosblog.evangelizacion.es