Los catalanes parecen tener más aprecio al Barça que a la Virgen de Montserrat. Y eso que la Moreneta gasta mejor talante que Luis Enrique, el hombre que desayuna lejía. Gastar mejor talante que Luis Enrique es fácil, pero lo cierto es que también supera al Tata Martino, que tiene un carácter apacible, de pampa al anochecer. E incluso a Guardiola, que en las ruedas de prensa es un míster atrapado en una sesión de yoga. Pues, a pesar de que la madre de Dios gana a todos en gracia, los paisanos de Eugenio no quieren cuentas con la Iglesia: apenas dos de cada diez marcan la casilla del clero en la declaración de la renta. Dicho de otro modo: allí no reza lo de pedid y se os dará.
En la Andalucía de los noventa hizo fortuna el chiste del padre catalán que visitaba la feria con su hijo. El niño le pide que le monte en una peligrosa atracción y el padre se niega, no por el riesgo, sino por el precio. El niño insiste, pero el padre no se ablanda. Indignado, el dueño de la atracción le dice al padre que el viaje de los dos le saldrá gratis si no grita durante el trayecto. Hay acuerdo. Una vez acomodados, el propietario imprime velocidad punta al aparato, pero el padre permanece callado. Cuando baja, el dueño le felicita por su coraje. No ha abierto usted la boca, le dice. Pues he estado a punto, le contesta el padre. ¿Cuándo?: cuando se me ha caído el niño.
La racanería catalana es el tema predilecto de los andaluces, su plato favorito, los huevos fritos con patatas de la sociología meridional, tan proclive al estereotipo cuando se trata de juzgar a los de Convergencia y Unió. Hablarle a un andaluz de la tacañería catalana es como hablarle a Romario de Alkorta, le alegras el día, pero lo cierto es que si Cataluña no da su dinero al clero no es porque le cueste soltar la pela, sino porque el clero no les convence como albacea. Nada que ver con Castilla-La Mancha, la región que más fondos aporta a la Conferencia Episcopal a través del IRPF. Igual es porque Tomelloso tiene más relación que Hospitalet con las bodas de Caná.