A las apariciones de la Virgen en Fátima les pasa lo que al buen vino, que ganan con los años. Si eran importantes los mensajes que Nuestra Señora dio a los tres niños en 1917, ahora, cien años después, no sólo se puede ver cómo se cumplieron las profecías hechas en aquel momento, sino la actualidad de las mismas.
Al menos, tres cosas importantes quiso recordarnos la Virgen en aquel momento: que el infierno existe y no está vacío; que es necesaria la oración, la penitencia y la conversión para poder acoger el regalo de la misericordia divina; que Dios es más poderoso que el demonio y que, por lo tanto, la victoria final no será del mal y sus aliados, sino del bien y los suyos. Y a todo esto la Virgen le puso un colofón que nos llena de esperanza: “Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará”.
Hoy, cien años después, hemos visto el fin del imperio soviético cuyo nacimiento anunció la Virgen meses antes de que ocurriera, y cuyo fin predijo cuando el mundo se consagrara a su Inmaculado Corazón (en 1984 lo hizo San Juan Pablo II, unido a todos los obispos del mundo; al año siguiente llegaba Gorbachov al poder en la Unión Soviética y empezaba la “perestroika” y la “glásnost”, que era un intento de reformar el comunismo desde dentro, y que supuso el fin del mismo; en 1989 cayó el Muro de Berlín; en 1991 desapareció oficialmente la Unión Soviética). Pero hemos visto aparecer nuevas guerras, nuevas tiranías, nuevas amenazas. Mientras que el comunismo sigue cruelmente vigente en países como China, Cuba o Venezuela, el secularismo ateo provoca grandes daños a la humanidad a través de ideologías como la de género. La Iglesia misma no se ha visto libre del daño y ese secularismo ha echado profundas raíces dentro de ella, a veces disfrazado de una ideologización de la Iglesia, que parecería una ONG dedicada a ayudar a los pobres más que el instrumento que Cristo creó para amar y hacer amar a Dios, y otras veces el secularismo ha hecho y hace estragos en la Iglesia poniendo en duda el concepto mismo de verdad -hasta el punto de negar la existencia objetiva de los pecados- o manipulando el concepto de misericordia -que sería otorgada a todos aunque no estuvieran arrepentidos ni pidieran perdón-.
Por eso es importante en este centenario volver a recordar aquellos mensajes que nos dejó María y que son más actuales que nunca. Mensajes ratificados por el Santo Padre en su visita a Fátima para rendir homenaje a la Virgen y para canonizar a los dos niños videntes que ya eran beatos. Mensajes que, si bien hablan del infierno y de la necesaria conversión, se pueden resumir en una invitación a la esperanza: Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará. Lo mismo que lucharon sin desfallecer los que eran enviados por los soviéticos a los campos de concentración de Siberia o que no renegaron de su fe los que eran fusilados por los comunistas en las tapias de los cementerios de España, así nosotros, confiando en la fuerza de Dios y en la protección de María, debemos seguir colaborando con el Señor para que el mal no venza al bien y el mundo sea el Reino de Dios que Cristo vino a instaurar en la tierra.