Su nombre: Titus Brandsma. Era carmelita, periodista, profesor de la Univesidad Católica de Nimega y presidente de la Unión de Periodistas Católicos de Holanda. Lo detuvieron y estuvo confinado en tres campos de concentración nazis: Scheveningen, Amersfoort y Dachau, donde después de padecer el envenenamiemto por uremia, contrajo una grave infección en el pie. Después de ser sometido a experimentos médicos, le inyectaron ácido fénico. Así moría mártir, en Dachau, quien había llevado consuelo, felicidad y alegría a las gentes que trató y a sus compañeros cautivos. Regaló su rosario a la enfermera que había de inyectarle la substancia mortal.
Quienes convivieron con él, en los campos de concentración, dijeron que:
«Sonreía siempre; que tenía un gran sentido del humor; que en medio de aquel desastre, se mostraba agradable, alegre y ayudaba cuanto podía; que su serenidad les impresionaba profundamente y su sola presencia les confortaba. Le llamaban «la sonrisa de Dios.»
También afirmaban del P. Titus Brandsma:
«Irradiaba un coraje sereno en medio de aquel infierno de Dachau; y que allí donde se encontraba, transmitía consuelo, paz, esperanza.»
Un biógrafo suyo ha dicho:
«Cuando un hombre vive con tanta fuerza el Cristianismo, la vida de fe, la vida de esperanza... su fidelidad dura necesariamente hasta la muerte. Ni “los leones de Nerón”, ni inyeccción alguna de ácido fénico pueden acabar con la sonrisa de quienes han presenciado la sonrisa de Dios.»
Alimbau, J.M. (2017). Palabras para la alegría. Madrid: Voz de Papel.