Juanita Ayuso, estudiante de la Escuela de Agrónomos, murió atropellada a los 19 años. Sucedió en la Ciudad Universitaria.
Sus compañeros decían de Juani que su gran atractivo estaba en la alegre envoltura de su fidelidad y de su sacrificio.
Uno de sus amigos afirmaba convencido:
— «Yo era mucho más cerebral. Necesitaba de una chica como ella, que ponía sonrisa y alegría en todo. Me acostumbré a charlar con ella. Esparcía alegría...»
Los compañeros, todos coincidieron en el bien que Juani les hacía con su alegría. Uno dijo:
— «Yo creía, a veces, que era casi frívola. Nunca sospeché su realidad, su riqueza interior.»
El profesor de Matemáticas, un poco mosca por el barullo, tiene que decirle un día que está revolviendo la atención de la clase:
— «La admiro, señorita, porque está usted siempre riendo y alegre...»
Sonriente por todas partes, para llevar la alegría a todos. Su rostro agraciado y vivaracho contagiaba siempre.
En su diario Juani escribía:
«Sonríe a todos. ¡Cuántas veces una sonrisa puede crear un ambiente de felicidad!
»Tengo el deber de estar siempre sonriendo a Jesucristo en mis hermanos.
»Sólo hay dos amores: el amor a sí mismo y el amor a Dios, a través de los hermanos.»
Su fidelidad alegre era la manera más elegante de amar. Ella escribió en su diario:
«Enséñame a saberme dar yo también. Dame esa dulzura y suavidad de San Francisco de Sales, que tanto admiró Don Bosco. Él, también, tenía genio y llegó a ser el santo más amable. Y yo ¿por qué no? Hoy haré lo posible para aguantarme en esos momentos de genio y ofreceré dulzura y alegría.»
Alimbau, J.M. (2017). Palabras para la alegría. Madrid: Voz de Papel.