Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio del día
 
5º domingo de Pascua
 
Para empezar: Retírate… Serénate… Recógete… Con calma, santíguate… Invoca al Espíritu Santo como ayuda indispensable para contemplar y conocer a Jesús. Recuerda: sin la ayuda del Espíritu ni podemos pronunciar el nombre de Jesús… ¡Cuánto menos conocerle!
 
Leer despacio el texto del Evangelio: Juan 14,112
 
Dijo Jesús a sus discípulos: “No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y donde yo voy, ya sabéis el camino”. Tomás le dice: “Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?” Jesús le respondió: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya le conocéis y le habéis visto”. Felipe le dice: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Jesús le replica: “Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: Y estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras”.
 
Contemplar…, y Vivir…
 
Composición de lugar: El cenáculo. Jesús está con sus discípulos celebrando la última cena, que se prolongó en aquel largo discurso de despedida, tan denso de confidencias íntimas y tan lleno de declaraciones vibrantes que salen del Corazón del Maestro como borbotes de amor hacia los suyos y hacia nosotros. La liturgia, por algo será, sitúa en el Tiempo Pascual este fragmento de hoy. Es hora de que te sitúes tú también alrededor de esa mesa y participes en la conversación escuchando, mirando los rostros de cada uno y de un modo particular el rostro emocionado y luminoso de Jesús explicándose. La situación está cargada de preocupación, incertidumbre y turbación… Y tú, ¿cómo estás? ¿Qué ves? Contempla, mira, escucha, admira… el lugar y las personas…
No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas… Así están ellos: muy turbados, y con una fe muy frágil. ¿Y la tuya? Escucha atento las palabras de Jesús…: son palabras de quietud interior y de esperanza grande y gozosa; basta que crean de verdad. No es en vano que Jesús les pida serenidad y calma, porque la necesitarán. También te la pide a ti, porque la necesitas cada día de tu vida. Te digo más: esta tensión solo se puede neutralizar u orientar hacia el bien con total confianza en Dios y en el mismo Jesús. Porque Ellos no te abandonan. Una confianza que ha de ir más acá y más allá de este mundo. ¿Sabes por qué? Porque en la casa de mi Padre hay muchas moradas…, y porque voy a prepararos un lugar. ¿Ves cómo se ocupa personalmente de ti? Nunca deberías perder esta confianza. Pídeselo a Jesús…
Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Aquí Jesús hace una revelación rotunda, nada dubitativa e impresionante de sí mismo. Para nosotros, consoladora de verdad. Las preguntas de Tomás y Felipe la hacen posible, pues está claro que ellos, que han seguido a Jesús, le han acompañado en su ministerio, han convivido con Él, han gozado y han sufrido con Él en el anuncio del Reino, han puesto en Él todas sus esperanzas y anhelos, ellos, sí, resulta que no lo acaban de conocer, no saben bien quién es… Parece extraño, ¿verdad? Quizá no lo es tanto si piensas en ti: ¿conoces a Jesús de verdad? ¿Cuánto tiempo, años, llevas creyendo y siguiendo a Jesús, -tú, sí, tú-, ¿y le conoces de verdad? ¿Estás seguro?... ¡Atento a la declaración de Jesús: vale para todos sus amigos de ayer, de hoy y de siempre! Escucha y contempla:
-Yo soy es igual a “el Señor, el Rey de Israel y su Redentor… Yo soy el primero y yo soy el último, y fuera de mí no hay Dios”; así expresa Dios mismo su nombre, el nombre del Dios verdadero uno y único, por el profeta Isaías. Jesús es Dios. ¿Es ese el Jesús en quien tú crees, a quien tú sigues, conoces y amas, con el que estás comprometido? Ahora calla…, y contempla… Acoge…, asume… ¡E intenta vivirlo!
-El camino. El camino es Jesús mismo. Un camino de doble sentido: uno, Dios aproximándose a la humanidad, entrando en el mundo, metido en nuestro mundo. Aquí está Dios, nos lo ha traído Jesús… Otro sentido, Jesús es el camino por el que la humanidad, cada uno de nosotros, vuelve a Dios. Nadie va al Padre sino por mí. Por eso, quien me ha visto a mí ha visto al Padre… Sólo Jesús, solo Él, es el camino que nos conduce a la verdad plena que es el Padre, y hacia la vida plena que es el Espíritu Santo… Ahora calla…, y contempla… Acoge…, asume…  ¡E intenta vivirlo!
-La verdad. Jesús es la verdad ya dicha, que ha venido al mundo para dar testimonio de la verdad, como dijo a Poncio Pilato; pero subrayemos aún que Jesús mismo es la verdad. Fuera y al margen de Él, desconfianza, inseguridad, mentira. Tú tienes vida verdadera sólo en Él. Ahora calla…, y contempla… Acoge…, asume…  ¡E intenta vivirlo!
-La vida. El Dios que nos ha dado el ser y la vida, ese, ese es Jesús: Dios mismo viviendo con nosotros y para nosotros. La vida, que se ha hecho verdad y camino para todos nosotros, es un don que ha querido compartir con cada uno de nosotros. No lo olvides: solo Él, resucitado y de manera misteriosa, pero realmente presente, puede darnos esa vida que anhelamos, más aún necesitamos. Ahora calla…, y contempla… Acoge…, asume…  ¡E intenta vivirlo!
Quien me ha visto a mí ha visto al PadreCreedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí… Otra afirmación de Jesús que no puedo dejar pasar sin antes escucharla atentamente, porque me la está dirigiendo a mí mismo. Y encierra gran hondura de relación, de amistad, vida de unión con Él, con Dios. Atento: Jesús no ha dejado a los suyos, a ti, claro, un método para entender la vida y la existencia, ni una doctrina filosófica para comprender su alcance y ni siquiera un código de normas de conducta para alcanzar el amor, la santidad y la salvación. No. Su herencia, puesta en tus manos, es esta: su propia vida de unión con el Padre, como medio para llegar hasta Dios y unirnos (y “fundirnos”) con Él en una felicidad eterna que empieza ya ahora este mundo. ¿Entiendo algo de esto? Mira, no se trata de eso en definitiva; lo que Jesús afirma, te afirma, categóricamente es esto: Creedme… De eso se trata, de fe auténtica y siempre renovada por el amor. Fe en Él. Ahora calla…, y contempla… Acoge…, asume…  ¡E intenta vivirlo! Tendrás mucha alegría, la Suya, que nadie te podrá quitar.
 
Para terminar: Recoge ahora los sentimientos que te han ido surgiendo en la contemplación, o los movimientos más fuertes, positivos o negativos, que hayas podido experimentar, toma conciencia de ellos y ofrécelos a Jesús; compártelos con Él, dale gracias, pídele su ayuda y confía en Él. Durante la semana han de llevarte a una unión amical más íntima y reconfortante con Él y a un compromiso más cualificado con los demás. Y reza despacio: Alma de Cristo, santifícame