“Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas.” (Jn 10, 1-3)
¿Se imaginan a un cristiano enamorado del mensaje del Señor pero que no soportara a Cristo? ¿Se imaginan a un franciscano entusiasmado con el mensaje de sencillez y pobreza del santo de Asís pero que no aceptara a San Francisco? Sería un absurdo, un contrasentido. Cada casa espiritual, lo mismo que cada casa material, tiene una puerta y si se es de la casa y no un ladrón o bandido, hay que pasar por ella. Cristo es la puerta del cristianismo y no se puede ser cristiano sin amar a Cristo, desear seguir a Cristo, adorar a Cristo.
Teóricamente todos están de acuerdo con esto. Sin embargo, en la práctica, muchos se construyen un Cristo a su medida. Ayudados a veces por algunos teólogos que no están en comunión con la Iglesia o por algunos sacerdotes, seleccionan y suprimen del mensaje de Cristo lo que no les gusta, con la excusa tan repetida en estos tiempos de que quizá eso no lo dijo el Señor sino que es posible que fuera una adherencia posterior, fruto de los intereses de los Papas de Roma por mandar, o cosas así que tan a la ligera se dicen.
Para nosotros, siempre fieles a Cristo y a su Iglesia, como María, como San Francisco, seguir al Señor es no sólo pasar por la puerta de Él como Maestro, sino también por la puerta de la Iglesia, que es la que en cada momento concreto de la historia nos ayuda a discernir lo que quiere Dios. No hay que olvidar que la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo y que no se puede estar con Cristo sin estar con la Iglesia.