HE PERDIDO EL DÍA
Descubrí que la vida es un juego de azar
donde pierde el que gana.
-Ricardo Arjona-
El ser humano es relacional, vive como persona y se desarrolla como tal creando relaciones de encuentro. La vida de relación tiene un gran sentido y favorecer el encuentro encierra un gran valor.
Se cuenta que Tito, el emperador romano, consideraba perdido el día que no había hecho alguna obra buena:
—Amici, diem perdidi: Amigos, he perdido el día.
Tenemos aquí una de esas paradojas que enriquecen la humanidad: la vida la gana el hombre cuando la entrega y la pone al servicio de los demás.
Es un arte el ir al encuentro del otro sabiendo crear una atmósfera de confianza sin perder la distancia propia del respeto. ¡Qué error en algunos ambientes educativos eliminar todas las distancias y caer en el coleguismo!
Hace falta una cierta confianza respetuosa para que brote el clima necesario que engendra las confidencias educativas. Ser padre-amigo, ser profesor-amigo, pero no colegas, ser afables, amables, respetuosos y firmes invita a la comunicación confidente.
Un auténtico especialista en relaciones humanas, D. Bosco, aseguraba: A los niños se hace mucho bien tratándolos siempre con amabilidad. Hay que amarlos y estimarlos a todos por igual, aunque alguna que otra vez no lo merezcan.
El consejo es válido para todas las edades y, por el contrario, la actitud opuesta a la amabilidad: la hosquedad, la indiferencia, la brusquedad, la rudeza, la antipatía nos aleja de los demás y nos incapacita para las grandes metas compartidas porque nos distancia de los otros y rehúye el compromiso.
Henry James, escritor y crítico literario estadounidense de finales del siglo XIX y principios del XX, da en el clavo cuando aconseja: Hay tres cosas importantes en la vida: ser amable, ser amable y ser amable.
Consideramos amable a la persona que se comporta amorosamente con los demás y es, por ello, digna de ser amada. La amabilidad es el gozne de la vida social y uno de los soportes básicos de las relaciones humanas.
La persona humana no está hecha para la soledad sino para unirse con otros en el servicio a grandes valores; por eso, los días que, arrastrados por el egoísmo, nos encerramos en nosotros mismo, bien podemos decir como Tito:
—Amigos, he perdido el día.