El obispo de Gerona, monseñor Francesc Pardo, y el padre Francisco Blanco, en el claustro de la catedral, en la presentación del cartel de la beatificación.
Canet de Mar (Barcelona)
En 1880 la Congregación de Misioneros del Sagrado Corazón del padre Chevalier llegaba a Barcelona, y dos años después adquirían en Canet de Mar, pequeña villa fabril y agrícola a 40 km. de la urbe barcelonesa, una amplia residencia en lo alto del pueblo, junto al parque que rodea el Santuario de su patrona, Nuestra Señora de la Misericordia. (bajo estas líneas, una imagen de principios del siglo XX y otra actual).
En él comenzarán su Pequeña Obra, que en 1915 se convertirá en Colegio Apostólico y Seminario menor de la Congregación misionera en España.
A partir de las elecciones de febrero de 1936 se acentuó en toda España la persecución religiosa, previéndose ya próximo el inicio de su fase sangrienta. Integraban la Comunidad de Misioneros de Canet de Mar 8 padres y 4 hermanos coadjutores, y en ella se formaban 6 novicios y 10 postulantes que acababan de ingresar, y estudiaban 65 niños, en su mayoría procedentes de zonas muy alejadas: Asturias, Navarra y norte de Castilla.
Dirigían la formación de futuros Misioneros del Sagrado Corazón en la Pequeña Obra, el padre José Fernández, superior y maestro de novicios, el director, Padre Salvador Guasch, y el administrador Padre Antonio Arribas. Completaban la comunidad los educadores padres Vicente Casas, José Oriol Isern, Abundio Martín, José M. Ordóñez y José Vergara, junto a los hermanos coadjutores José del Amo, Román Heras, Gumersindo Gómez y Jesús Moreno El padre superior consciente de la gravedad del momento, compró trajes de paisano para los religiosos, y proyectaba trasladar a toda la comunidad a la casa de la Congregación en Marsella.
El estallido revolucionario en Canet de Mar
Tras la sublevación del 19 de julio, en Canet de Mar no se produjeron hechos de armas, pero el día 21, fracasado el pronunciamiento militar, al igual que en toda Cataluña, se inició en el pueblo un proceso revolucionario a manos del Comité de guerra, cuyos de milicianos armados fueron constituidos en autoridad por el Boletín Oficial de la Generalitat de Catalunya. Familiares de alumnos de la localidad y lugares cercanos fueron a recogerlos hasta que «se apaciguaran las cosas», pero la mayoría no pudo volver con sus familias residentes en zona nacional o de combate.
A primeras horas de la tarde del 21 de julio se advertían desde el colegio negras humaredas en el pueblo, pronto llamaradas, procedentes del incendio de la iglesia parroquial. Los religiosos se vistieron de paisano y se dirigieron a la capilla a sumir las formas consagradas, y a esconder en el huerto las piezas más valiosas del ajuar litúrgico y de la biblioteca. El P. Arribas entregó a cada religioso dos duros de plata. Hacia las seis de la tarde, llegó un camión cargado de hombres armados que comenzaron a disparar al aire.
Improvisada y fallida primera salida de misioneros y alumnos
Se decidió sacar de inmediato a los alumnos. Los más jóvenes, con los padres Fernández, Guasch y Martín, intentaron salir por la portería pero, detenidos, fueron conducidos al vecino hotel de la Misericordia.
Entre tanto, por la puerta trasera, salían en dirección a la montaña, los novicios, postulantes y alumnos mayores, acompañados por los padres Ordóñez, Isern y Vergara y los hermanos Gómez y Moreno; sólo una parte de los fugitivos lo consiguió, pues el resto fue detenido por los milicianos.
Llegados los fugitivos a la cumbre que domina Canet ya oscureciendo, el padre Isern y el hermano Moreno fueron a buscar cobijo, logrando que un grupo se dirigiera a Sant Iscle de Vallalta, donde el párroco se avenía gustoso a ocultar a una parte del contingente, procurando que el otro se escondiera en la finca de Can Puig. Después de cenar en casa del párroco, se ocultaron en el pajar de un vecino, pero hacia las doce los despertaron y urgieron a escapar, pues los milicianos de Canet registraban el pueblo para localizarlos, y retornaron a la montaña donde pasaron la noche al raso.
Al amanecer, y ante la imposibilidad de evadirse, convinieron en regresar a Canet, donde al mediodía se reencontraron con el resto del grupo que de Can Puig había vuelto también, con los compañeros de fuga capturados y con los alumnos de cursos inferiores y los educadores que habían permanecido con ellos, siendo recluidos todos en el hotel de la Misericordia y en su parque contiguo, que se convirtió en un pequeño campo de concentración de la Comunidad de Misioneros y sus alumnos, que al estar vallado, era de fácil vigilancia por los milicianos del Comité.
Permanecían en el parque todo el día, y por la noche los bajaban custodiados en filas a un chalet incautado en pleno casco urbano, pero al cabo de una semana, ante las protestas de la población por la constante procesión de una cincuentena de niños conducidos por milicianos armados, el dormitorio en el chalet fue sustituido por el más discreto de la casa del fugitivo mosén Oller. Los días 25 y 26 de julio contemplaron el saqueo primero, y luego el incendio del contiguo Santuario de Nuestra Señora de la Misericordia, patrona del pueblo y de la comarca del Maresme. Otra de las noches veían cómo en las puertas de las casas por las que pasaban ardían las imágenes de Cristo, de la Virgen y de los santos, que los vecinos amenazados habían sacado por orden del Comité.
La imagen Verge de la Misericòrdia, del escultor Josep Font de Barcelona de 1732, fue destruida en 1936.
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ESTOS SON LOS SIETE MÁRTIRES
José Vergara Echevarría
Nacido en 1908 en el pueblo de Almandoz, del valle navarro de la Ulzama, ingresó a sus 12 años en la Pequeña Obra de Canet de Mar, donde en 1930 hizo su profesión perpetua en la Congregación de Misioneros, estudiando luego Filosofía en Barcelona y Teología en la nueva casa de Logroño, siendo ordenado sacerdote en 1934 y destinado como profesor de ciencias y matemáticas de los futuros misioneros en Canet.
Ágil y deportista, subía y bajaba a paso rápido el Paseo de la Misericordia que une el pueblo con el colegio, centrado en sus pensamientos, sin fijarse en nadie, por lo que la gente de Canet empezó a llamar a los misioneros Els homes de sa idea: los hombres fieles a su idea. Como buen navarro era hábil pelotari, juego que enseñaba a los jóvenes, y en el que a veces se dejaba ganar para darles satisfacción. Sufrido y de fácil conformar, trasmitía a sus alumnos el ardor y el celo de su patrono San Francisco Javier, presentándoselo como modelo de misionero que había que imitar.
En este nicho del Cementerio de Canet de Mar reposaban hasta hace unos días los restos de los 7 Misioneros mártires.