Tras la resurrección, los discípulos andaban desorientados, confusos y sobre todo, llenos de miedo. Miedo a la cárcel, el destierro o incluso a la muerte. Sabiéndose limitados e incapaces, se escondían para no correr peligro. Pero esconderse no es nunca una solución, sino el inicio del desastre. Cuando nos encerrados y nos aislamos de lo que nos rodea, la desesperación va tomando nuestro corazón poco a poco. Pero Cristo tuvo piedad de ellos, como también la tiene con todos nosotros:

Se ve la debilidad de los Apóstoles en que estaban reunidos y con las puertas cerradas por temor a los judíos, que habían sido antes el motivo de su dispersión. "Vino Jesús y se presentó en medio de ellos". Él se les aparece a la caída de la tarde, porque éste era el momento en que naturalmente debían tener más temor (Beda el Venerable)

San Tomás ha pasado a la historia como el ejemplo de quien desea ver para creer, pero ciertamente nos representa a todos nosotros. Nos cuesta creer en lo que no vemos, lo que nos lleva a crear todo tipo de complicidades para sentirnos arropados. Si no podemos ver a Dios, nos creamos becerros de oro a los que adorar. Si no podemos llegar a Dios, nos unimos para construir estructuras humanas, como la Torre de Babel. Si no podemos orar en lo íntimo y secreto, creamos shows, conciertos y congresos diversos. Si nos cuesta ayudar sin que la mano derecha sepa lo que hace la izquierda, creamos organizaciones que nos ayuden a publicitar nuestra aparente bondad. Si no podemos ser sinceros y reconocer la Verdad, creamos todo tipo de semánticas que nos permitan engañar y engañarnos. Sin duda que son bienaventurados los que han creído sin haber visto. Bienaventurados los que son capaces de suplicar perdón a Dios desde la humildad, como el publicano.

Pero como diga el Apóstol que la fe es la sustancia de cosas que se esperan (Heb 11,1), pero que no se ven evidentemente, se deduce que, en las que están a la vista, no cabe fe, sino conocimiento. Si, pues, Tomás vio y tocó, ¿por qué se le dice "Porque me viste, creíste"? Pero una cosa vio y otra creyó; vio al hombre, y confesó a Dios. Mucho alegra lo que sigue: "Bienaventurados los que no vieron y creyeron". En esta sentencia estamos especialmente comprendidos, porque Aquel a quien no hemos visto en carne lo vemos por la fe, si la acompañamos con las obras, pues aquel cree verdaderamente que ejecuta obrando lo que cree (San Gregorio, In Evang. hom. 26)

Bienaventurado quien vive lleno de esperanza, porque no tendrá miedo y su fe beberá del Agua Vida que Cristo nos prometió. Quien beba del agua de la admiración del mundo, no dejará de tener sed. Quien beba del agua de la humildad, vivirá lleno de esperanza.
 
Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré, no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna. (Jn 4,1314)

Quien viva su humilde vida lleno de esperanza, será como un manantial de testimonio y plenitud. Como Cristo dijo a la Samaritana, llegarán tiempos en que se adorará a Dios en Espíritu y Verdad. Tiempos en que deberemos ser testigos creíbles que den muestra de nuestra fe, esperanza y caridad, en cada acto que realicemos en la vida cotidiana. Tiempos en que nuestro corazón, nuestro ser, será verdaderamente templo del Espíritu Santo. Dios nos ayude a ello.