Un pez muerto puede seguir la corriente,
pero solo uno vivo puede ir contra ella.
-G.K.Chesterton-
─¿Por qué, Antonio?
─Por qué, ¿qué, Patxi?
─¿Por qué dejamos que la mentira, el engaño y la manipulación marquen el ritmo de nuestra sociedad?
─Buena pregunta. ¿Qué te ha pasado?
─Habíamos acordado, mis alumnos y yo, hablar del aborto. No llevaba ni cinco minutos hablando cuando veo al fondo de la clase una alumna con la cabeza agachada, las manos cubriendo la cara, y botando con disimulo sobre la silla intentando controlar los sollozos. Sorprendido, ofrecí la posibilidad de salir al baño si alguien se encontraba mal, todos callaron mirándose unos a otros y, repentinamente, esta chica dio un empujón a la mesa y salió corriendo sin reprimir los gemidos angustiosos que le ahogaban en el sitio.
Todos nos quedamos petrificados. Le pedí a una alumna, amiga de la chica, que me acompañara y fuimos al baño, donde la encontramos acurrucada en un rincón llorando desconsoladamente.
Tratando de calmarla le acaricié cariñosamente la cabeza y le dije:
─¿Cuánto hace que abortaste?
─Hace tiempo, me contestó encogida, sin moverse, pero no me lo puedo quitar de la cabeza.
─¿Por qué, Antonio, tenemos este amilanamiento si poseemos lo mejor y es bueno para todos? ¿Por qué hemos permitido el aborto que rompe a las personas y priva a los niños del don de la vida?
─Se me ocurren, Patxi, varios «quizás»:
─Quizás porque tenga razón Chesterton: «Un hombre puede combatir una afirmación con un razonamiento; pero una sana intolerancia es el único modo con que un hombre puede combatir una tendencia».
-G.K.Chesterton-
─¿Por qué, Antonio?
─Por qué, ¿qué, Patxi?
─¿Por qué dejamos que la mentira, el engaño y la manipulación marquen el ritmo de nuestra sociedad?
─Buena pregunta. ¿Qué te ha pasado?
─Habíamos acordado, mis alumnos y yo, hablar del aborto. No llevaba ni cinco minutos hablando cuando veo al fondo de la clase una alumna con la cabeza agachada, las manos cubriendo la cara, y botando con disimulo sobre la silla intentando controlar los sollozos. Sorprendido, ofrecí la posibilidad de salir al baño si alguien se encontraba mal, todos callaron mirándose unos a otros y, repentinamente, esta chica dio un empujón a la mesa y salió corriendo sin reprimir los gemidos angustiosos que le ahogaban en el sitio.
Todos nos quedamos petrificados. Le pedí a una alumna, amiga de la chica, que me acompañara y fuimos al baño, donde la encontramos acurrucada en un rincón llorando desconsoladamente.
Tratando de calmarla le acaricié cariñosamente la cabeza y le dije:
─¿Cuánto hace que abortaste?
─Hace tiempo, me contestó encogida, sin moverse, pero no me lo puedo quitar de la cabeza.
─¿Por qué, Antonio, tenemos este amilanamiento si poseemos lo mejor y es bueno para todos? ¿Por qué hemos permitido el aborto que rompe a las personas y priva a los niños del don de la vida?
─Se me ocurren, Patxi, varios «quizás»:
- Quizás porque disfrazamos nuestra timoratez de prudencia.
- Quizás porque somos más dados a las componendas que a la valentía.
- Quizás porque tendemos más a ser pastores que pescadores.
- Quizás porque nos gustan las homilías y nos asustan los altavoces.
- Quizás porque nos arrastra la inercia en lugar de impulsarnos la creatividad.
- Quizás porque tenemos más de María que de Marta en lugar de buscar el equilibrio entre las dos.
─Quizás porque tenga razón Chesterton: «Un hombre puede combatir una afirmación con un razonamiento; pero una sana intolerancia es el único modo con que un hombre puede combatir una tendencia».