Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio del día
Domingo de Pascua
Para empezar: Retírate… Recógete… Silénciate… Es la hora del Encuentro Nuevo, de Vida Nueva en y con el Resucitado. Hora de paz sublime…, de gozo único e indescriptible… Sin aparatosidad, en la simplicidad… Pero sí en la Verdad de Cristo Resucitado. Es todo muy discreto, muy silencioso e inesperado… Muy real… ¡Como aconteció! Se te va a presentar, saludando con la paz. Dispón el corazón en la fe…
Leer despacio el texto del Evangelio: Juan 20,1-9
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro, y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primera al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lientos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con lienzos, sino enrollado en un sito aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
Contemplar…, y Vivir…
[Pascua: El domingo de la resurrección del Señor es el gran día del año litúrgico. Con toda razón se puede decir de él que es el día primero; y no solo porque encabeza la semana como cualquier domingo, sino principalmente porque abre un periodo festivo que dura cincuenta días: el Tiempo Pascual o cincuentena pascual. La cincuentena es el tiempo simbólico que recuerda a Cristo resucitado presente en su Iglesia, a la que hace donación del Espíritu Santo. Conviene no olvidarlo para hacer patente y extensiva la alegría pascual en nuestro círculo de relaciones habituales]. Con gozo, es hora de empezar a contemplar: ver, oír, mirar y admirar las personas, sus gestos y palabras, intentando sacar algún provecho…
1º María va al sepulcro: el primer día de la semana…, al amanecer…, aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro… Mírala: a esas horas y sola…, llorosa…, muy inquieta… Tiene mucho arranque y coraje, mucho valor, sí. Pero, María, ¿te das cuenta de lo que haces a esas horas tú sola, y adónde vas? No caes en la cuenta porque tienes sobre todo mucho amor al que buscas, aunque esté cadáver; le tienes además mucha gratitud por lo que ha hecho contigo, te ha liberado del mal… ¡Todo eso es verdad! Pero María no tiene fe vida y profunda en la divinidad de Jesucristo ni certeza firme en su resurrección. María busca un cadáver: sabía dónde y cómo había quedado el de Jesús el viernes por la tarde, porque había estado allí y para ella Cristo estaba definitivamente muerto. Y más cuando vio la losa quitada del sepulcro…, se asustó y salió corriendo a buscar ayuda en los discípulos del Maestro. El amor y la gratitud pueden quitar los miedos, pero éstos no dan la fe. ¿Te ha pasado a ti algo así cuando has palpado en ti la ausencia de Jesús por el pecado, la desolación o el dolor?... ¿Has hecho algo para buscarle? ¿Has pedido ayuda a quien pudiera ayudarte? ¿O te has quedado indiferente y paralizado lamiéndote tus tristezas, ausencias y dolores?
2º Pedro y el otro discípulo, camino del sepulcro. María encuentra a estos dos discípulos y les dice, medio agotada, que se habían llevado al Señor del sepulcro. Ella no lo ha visto, se lo ha ido imaginando durante su más que apresurada vuelta. Y los dos salieron corriendo y no sin sorpresa y temor. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sito aparte.
Corren los dos. Contempla esa carrera silenciosa y agitada, contempla sus rostros y el camino… Corren por miedo a los judíos. Corrían como escapando, huyendo, porque ¿qué estarían tramando o haciendo sus enemigos, y los sacerdotes y fariseos con el cuerpo de Jesús?... Y corren sin duda por el interés de llegar y ver qué estaba realmente pasando. ¡Qué intriga, Dios mío!... Corrían más con el corazón que con los pies. Corren a la par, ¡qué detalle!, ¿no? Muy útil, porque los dos corrían llevados en andas por el amor a Cristo; pero también, porque, si es verdad, como parece, que Juan representa a la Iglesia contemplativa, carismática, y Pedro a la Iglesia jerárquica, la autoridad: los dos son la Iglesia, cuerpo de Cristo. También hay que decir, que Juan llega antes, porque es más libre; Pedro lleva sobre sí una carga pesada: la conciencia de lo que le había pasado…; ¿y si ahora se encuentra con el Señor a quien había negado?… Pedro no las llevaba todas consigo. Por otro lado, Juan, más joven, siempre se adelanta, es normal; pero muy respetuoso, espera a Pedro y le deja pasar primero a él, para que constatara lo que Juan ya había visto: los lienzos tendidos. Lo vieron los dos. ¿Qué quiere decir eso de los lienzos tendidos? Que la sábana estaba como aplastada, como si se hubiese quitado desde dentro el cadáver de Jesús y se hubiese hundido. ¡Así de simple! Sin embargo, el sudario no. El sudario que rodeaba y sostenía el rostro de Jesús, estaba enrollado, claro, pero en un sitio aparte. Es evidente: éstas no son señales de robo. ¡Quedan entonces asombrados, atónitos! ¡Aquí ha pasado algo! ¿Qué? Pedro ve, sin más. “Son pruebas de resurrección, pero que no percibe un corazón menos limpio, con menos fe y menos paz”, dicen algunos. Juan, sin embargo, vio y creyó. ¡Es mucho más! Esta unión entre ver y creer, en Juan, es característica de la verdadera fe. Es más que creer en el hecho de la resurrección, es ver y creer en el Señor resucitado. En un instante, Juan recordó todo y reconoció que esto era signo de resurrección. De Pedro no dice lo mismo, se ve que tal vez le faltó la necesaria disposición del corazón, tal como la libertad interior, la paz, la fe madura, etc., para ver en aquello señales divinas sobre la resurrección del Señor. En definitiva, ¡que había resucitado!
Contempla paso a paso todo este pasaje: a los dos discípulos llegando y entrando en el sepulcro; aquella realidad interior de cada uno… Asómate tú también al sepulcro vacío desde tu propia fe y mira despacio, y decide en tu corazón: ¿Ha habido robo o real resurrección de Cristo el Señor? ¿Lo crees? ¿Lo puedes afirmar? ¿Lo vives de verdad? ¡Esto es lo que cambia tu vida! ¡Tú también, en esta contemplación puedes tener un encuentro verdadero con el Señor resucitado! Créelo, de verdad… créelo y los verás…
3º Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. Es la afirmación rotunda del evangelista, y no es insignificante. Para Pedro y el discípulo amado, la contemplación del sepulcro vacío les hace comprender, -¡atento, pues!-, les da a conocer, el sentido de las Escrituras, o sea, lo que explican de Cristo. ¿Y qué explican? Que había de resucitar de entre los muertos. Tienes en las Escrituras el hecho verdadero y el sentido profundo de la Resurrección del Señor. ¿Cómo no leerlas y meditarlas? ¿Cómo no acatarlas y contemplarlas? ¿Gozarlas? ¿Vivirlas? Es el hecho rotundo que ha cambiado la historia como ningún otro. Es el sentido que ha transformado el corazón humano, su vivir y obrar, su presente y su futuro incluso eterno. Es realmente lo que hace nuevas todas las cosas: Cristo resucitado, conforme lo enseñan las Escrituras. A nosotros, hoy, mayores y jóvenes, nos ha ocurrido y nos ocurre que no nos resulta fácil llegar a decir plenamente convencidos: ¡Jesús vive! ¡El crucificado ha resucitado! ¿Cómo lo percibes y sientes tú esto? ¿Acudes a las Escrituras para confirmar tu fe y vivir según Él y conforme a su mensaje de Verdad, Vida y Amor? ¡Es el momento!
Para terminar: Es el momento de dejar a tu corazón explayarse en el gozo del Señor resucitado y de cantar una y mil veces: ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!... Siempre aleluya… En todos estos días de la semana, e incluso de la cincuentena pascual, goza del gozo de tu Señor, porque Él ha resucitado, porque Él goza, porque Él vive la Vida Nueva, y porque tú en él puedes tener ya también fortaleza, paz y vida nueva y resucitada. En Él, que cosa grande y única, todos hemos resucitado. Y por supuesto, con ese gozo has el bien a todos, ¡es posible! Sanará tu corazón y el de otros a través de ti. ¡El Señor ha resucitado! ¡Aleluya! ¡Feliz Pascua de Resurrección! ¡Aleluya!