(Anastasio Gallego, Guayaquil).- El sábado pasado nos dejó EL PATO, Fray Patricio de la Madre de Dios ofm, en medio de unos dolores espantosos, pero siempre pensando en los demás y contando lo suyo como si se tratara de otra persona. Le iban a operar de la columna y estaba lleno de optimismo de cara a todos nosotros, pero por dentro sabía que podía quedarse paralítico. Nos decía que su corazón estaba bien, pero muere de un infarto masivo horroroso que le reventó por dentro.

Ese mismo día, haciendo cuentas, habló con cerca de 50 personas. Y es que El Pato y el teléfono celular parecían la misma cosa. Estaba en todos los temas políticos religiosos, sociales, de todas las regiones del país. Se movía en los ministerios y oficinas públicas como pez en el agua buscando ayuda para enfermos, ayudas para campesinos en sus trámites y reclamos, convocando reuniones de gente de iglesia (estamos en campaña electoral) y recorriendo calles de Quito en las noches haciendo su apostolado entre los drogadictos callejeros y otros "descartables" de las ciudad.

Y El Pato era un misterio ¿cómo vivía, de qué vivía, cómo se movía, cómo conocía a tanta gente y sus historiales de izquierda y de derecha? ¿Cómo era que siendo franciscano no vivía en el convento y cómo se relacionaba con sus hermanos? Ayudaba en las reflexiones a los grupos diocesanos que se lo pidieran por la gran intuición y conocimiento político y teológico que tenía.

¿Cómo hacía para andar en la calles por la noche y por el dia, ayudando a todos? Le conocían en los albergues, en la policía, en las secciones de emergencia de los hospitales. Sabía del sida y de los suicidios de drogadictos y de los migrantes afincados en los barrios o zonas rojas de la ciudad. Y su lugar preferido eran las misas con los enfermos incurables.

Era un hombre al que le "dolía la Iglesia" y se enternecía con las Florecillas de su amado Francisco. Para él todo era "hermano o hermana", rodeado del misterio de su propia vida.

Su militancia juvenil en los grupos de izquierda estudiantiles no sé cómo desembocó en su vocación franciscana de paz y bien, de acompañamiento a los desechables de la sociedad, de su trabajo siempre al filo de la navaja.

No hacía muchos días me contó que le habían prohibido, desde arriba, celebrar la misa en el asilo de San Juan de Dios y no profirió ninguna resistencia, pero se le iban cerrando caminos en su tarea y en su salud, que se venía deteriorando aceleradamente.

Ya Xabier Villaverde, el mismo día de su muerte hizo una semblanza que pinta de cuerpo entero a Patricio.

El martes su familia esparció sus cenizas en la cumbre del Pichincha, donde hace un poco más de un año habían esparcido las de su madre querida, su debilidad de siempre y adonde había acudido a celebrar su aniversario.

Un profeta en el mejor sentido de la palabra: firme y débil; entregado y misterioso; con pasión en lo que hacía y cariño y respeto a los amigos; amante de la Iglesia y crítico con la jerarquía; sabedor de sus limitaciones y no pidiendo nunca respaldos incondicionales.

"Su mercé", como solía decir, se nos fue y hoy mismo, miércoles de ceniza, estamos organizando la reunión de grupos de las distintas diócesis del país, que íbamos a organizar para dar seguimiento a la que celebramos en diciembre. Con su recuerdo y ejemplo analizaremos el desafío que tiene el país y los cristianos en esta segunda vuelta electoral. Y como lo hicimos en diciembre, el discernimiento será a la luz de los más pobres, la fe cristiana y la pastoral.

El país y la iglesia en Ecuador han perdido algunos luceros en estos últimos tiempos. Pero van surgiendo otros. O como se dijo a la muerte de Mons. Proaño: "quedan los árboles que Putu sembraste".

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