La Piedad de Miguel Ángel Buonaroti
13ª Estación: el Descendimiento
Ya tienes en tus brazos, Madre mía, el cuerpo de tu Hijo. No mires el mosaico de torturas grabado en esas carnes virginales. Piensa, Madre, en el fruto de tanta iniquidad. Piensa en nosotros, que fuimos a ese precio rescatados, no por nuestro valor, polvo del polvo, sino porque Dios quiso elevarnos a tanta dignidad. En tardes de tormenta, dibújese en el cielo el iris de la paz, al quebrarse en la lluvia la limpia luz del sol. En este atardecer del Viernes Santo, la lluvia de tus ojos, herida por los rayos del sol de las eternas claridades, pintar pudo en el cielo el iris de la paz y la esperanza. ¿Quién temerá, Señora, si te tuviere a ti por medianera? Si grande fue tu dicha por ser trono de Cristo, la nuestra no es menor, pues diariamente desciende a nuestro pecho, envuelto en el sudario de blancos accidentes. Tú, Señora, que así sabes sentir cosas del Cielo, enséñanos devotamente a comulgar.