O. S. Marden cuenta en su libro La alegría del vivir:
«Un hombre que viajaba en ferrocarril acertó a sentarse junto a una anciana que, de cuando en cuando, tomaba una botella del maletín y sacándola fuera de la ventanilla, derramaba algo que parecía sal. Movido de curiosidad, le preguntó a su compañera de viaje qué significaba aquella operación, y la señora respondió:
— “Pues son simientes de flores. Hace ya muchos años que cuando voy de viaje tengo la costumbre de esparcir flores a lo largo de la vía, sobre todo en los parajes más áridos e incultos. ¿Ve usted esas hermosas flores que hay en el otro lado del terraplén? Pues hace muchos años que derramé yo la simiente al viajar por esta misma línea”.»