Acaba de empezar el curso escolar pero la temporada de piscina aún no ha terminado, así que estamos en una especie de limbo entre la relajación de las vacaciones y el horario estricto de la vida laboral. Algo así como el “periodo de adaptación” para que el “síndrome post-vacacional” nos resulte más leve, más llevadero.
¡Pero cuántas tonterías hay que oír, Señor! Al pan, pan y al vino, vino. Soy de la opinión de que los eufemismos nos hacen blandengues, qué quieres que te diga…
Y sí, fastidia mucho volver al trabajo después de las vacaciones –aunque hoy por hoy tener trabajo es para estar agradecido-, pero toda la vida se ha vuelto al trabajo y punto, y no se hablaba de estas chuminadas. Los niños de la generación EGB, al menos yo así lo recuerdo, no teníamos periodo de adaptación ni gaitas, ibas al cole el primer día por la mañana y por la tarde y punto, a veces habiendo vuelto del pueblo la noche antes y, ¡oh, maravilla!, no nos moríamos ni nos traumatizábamos. Era lo que tocaba y ya está, ¡a seguir!.
Pero me he ido por las ramas… mientras tomaba notas para este artículo en la radio un psicólogo daba consejos para encajar bien el síndrome este y ¡me he puesto del hígado!
En fin, lo que quiero comentar hoy es algo más serio... Por más que me pese que se me hayan terminado las vacaciones, a lo que hay que sumar que se me ha terminado el trabajo también, es decir, que me he quedado en el paro. ¡Bendito sea Dios! Él sabrá por qué. A veces a Dios no hay quien le entienda, pero ¡menos mal que no se espera eso de nosotros!
Bueno, a lo que iba, que me pierdo yo sola: que no hay nada nuevo bajo el sol; que lo que nos pase, cualquier cosa, ya le ha pasado antes a alguien a lo largo de la existencia del mundo y a Dios no le va a sorprender, ni a asustar ni a escandalizar nuestra reacción. ¡Es Padre de una familia muy numerosa y a sus hijos les pasan cosas todos los días! Grandes, pequeñas, de ordinaria administración, complicadas, terribles, mediopensionistas… ¡de todo!.
Unos reaccionan bien y otros lo hacemos fatal, unos encajan los contratiempos con serenidad y otros montamos unos pollos de agárrate que vienen curvas, unos se mantienen enteros ante una desgracia y otros perdemos los papeles ante un pequeño imprevisto, ¡qué le vamos a hacer, cada uno es como es y reacciona como puede! Nuestro Padre Dios nos conoce bien y no espera de nosotros más de lo que podemos dar de sí.
Es verdad que ante una situación inesperada, difícil o dolorosa lo ideal es no perder la calma ni los buenos modales. Pero aunque no nos salga una reacción de libro y nos agobiemos o incluso nos angustiemos, no perdamos la confianza en Dios ni el sentido común: busquemos a la persona adecuada para hablarle de lo que nos pasa, para buscar su consejo. Sobre todo si lo que nos preocupa es una cuestión ética, moral o de conciencia.
Si tienes rectitud de intención y buena voluntad, hay solución para tu conflicto. Si no actúas por egoísmo, si buscas hacer las cosas según la Ley de Dios, hay solución para tu conflicto. Si buscas el bien del otro, de los tuyos, y no tu autocomplacencia, hay solución para tu conflicto.
A veces los que tenemos conciencia encontramos un sufrimiento añadido al que ya teníamos porque no nos vale cualquier solución.
Si eres cristiano de verdad, no sólo de boquilla, de nombre, de cumplir porque hay que cumplir, sino cristiano auténtico, de los que la fe define tu vida diaria y tu conducta, no te vale cualquier solución. No te vale algo que ofenda a Dios.
La vida no es blanca o negra y las circunstancias de cada uno son únicas. Y esto no es “lentejas para todos”, a veces lo que uno necesita es un caldito.
Eso lo saben muy bien las madres (vale, también las abuelas y las tías). Y resulta que los cristianos, por el Bautismo, tenemos madre: la Iglesia. Y aunque a veces parezca que la Iglesia nos da lentejas a todos, también sabe cuándo alguno de sus hijos necesita caldito.
¿Significa esto que hay una “moral a la carta”, “a lo Puigdemont”, ahora pongo aquí una coma o quito un punto o me confundo en la traducción para que se entienda lo que a mí me conviene? No, ni mucho menos. Eso sería una estafa, un fraude, una mentira.
Lo que significa es que los hijos de la Iglesia no somos un bloque sino individuos, con nuestra historia individual, nuestro conflicto individual y nuestra situación individual.
Y cuando acudimos a nuestra Madre con nuestra individualidad concreta, si necesitamos caldito nos lo dará. Y si no lo necesitamos nos lo dirá: con el amor de una madre, con la firmeza de una madre y con la sabiduría y el sentido común de una madre.
¿Que a mí me apetecía más el caldito pero mi Madre me da las lentejas? Pues revisa bien tus intenciones, a ver si no estás siendo sincero, si estás siendo egoísta o te falta rectitud de intención. Las madres se dan cuenta de todo, ¡a veces parece que tienen ojos en la nuca! Y saben cuándo un hijo se siente mal de verdad y cuándo tiene cuento.
Mira, hay un espacio absolutamente íntimo y personal que cada cristiano comparte únicamente con Dios, con su Padre Dios: su conciencia. Si tu conflicto te lleva a un estado casi agónico porque no le encuentras salida, porque DE VERDAD has estudiado todas las opciones –con mucha más seriedad que algunos que hacen Másteres por aquí- y ninguna es la solución, acude a ese espacio donde sólo estáis Dios y tú y háblalo con Él, háblalo OTRA VEZ con Él, eso es orar. Y verás cómo tu Madre, la Iglesia, te muestra que tu conflicto tiene solución.
“Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de vosotros, si un hijo suyo le pide un pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez le da una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buena, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se lo pidan?” Mt 7, 7-11
Te lo vuelvo a decir: si tienes rectitud de intención y quieres hacer las cosas bien de cara a Dios, busca, pregunta, ora, habla…. Tu conflicto tiene solución.