El Evangelio de hoy no habla sobre el sentido de seguir a Cristo. ¿Por qué lo seguimos? ¿Lo hacemos por honores y gloria? No es raro que muchas personas se denominen católicas porque la Iglesia les ofrece un camino de gloria humana. Todas las Torres de Babel tienen escaleras para subir hacia lo más alto de su estructura. Pero subir a lo alto de la Torre no es estar más cerca de Dios. La verdadera jerarquía cristiana es la santidad, no el poder y los escalafones institucionales.
Es como si dijera: No reinaré temporalmente en Jerusalén, como creéis, y todo lo que se refiere a mi Reino está fuera del alcance del entendimiento humano: el sentarse a mi lado es muchísimo más que lo que corresponde al orden de los ángeles. (Teofilacto. Tomado de la Catena Aurea Mc 10,35-40)
Cuando Juan y Santiago solicitan ser los primeros entre todos, Cristo les contesta de forma muy clara:
- 1) No sabéis lo que pedís: Trascendencia. Como dice Teofilacto, el Reino de Dios está por encima de todo entendimiento humano. ¿Qué sentido tiene una posición física en un Reino de trasciende tiempo y espacio?
- 2) ¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber, o ser bautizados con el con que yo voy a ser bautizado?: Unidad. Mientras nos dedicamos a ver quién va a tener potestad y mando sobre los demás, Cristo ofrece su vida por nosotros. Para hacer la Voluntad de Dios es necesaria la unidad entre nosotros.
- 3) Sentarse a mi diestra o a mi siniestra, no está en mi arbitrio el darlo a vosotros, sino a aquéllos para quienes se ha destinado: Sumisión.No hay potestad humana que pueda ofrecer un puesto en la jerarquía de la santidad, que es la única que tiene sentido en el Reino de Dios.
Viendo todo esto, deberíamos preguntarnos ¿Qué hacemos buscando honores y puestos eclesiales para destacar y tener poder de mando? Podremos ejercer el poco poder temporal que le queda a la Iglesia, pero este poder no afectará a quienes andan el camino de la santidad. Podemos ver esto en la práctica tomando cualquier documento eclesial donde se proponen acciones, planificaciones o ajustes humanos. ¿Cuántas maravillosas planificaciones se quedan en el papel? Lo que no cambia el corazón del ser humano, está destinado a ser devorado por los gusanos. Sólo el soplo del Espíritu Santo puede movernos y siempre lo hará en dirección a Dios.
Tomemos por ejemplo los planes pastorales que las diócesis proponen cada cierto tiempo. ¿Han cambiado realmente algo en los fieles a los que son dirigidos? Algunos párrocos hacen todo lo humanamente posible para que se realicen, al menos en apariencia. Conforme pasan los planes pastorales, los fieles nos vamos acostumbrando a que nada cambie realmente. A veces, lo que esperamos es que Dios nos ayude a centrarnos en lo sustancial y a ignorar lado todo el ruido que genera la Torre de Babel. Ruido que distrae y hasta nos lleva a enfrentarnos entre nosotros.
¿Honores y gloria humana? Dejemos estas trampas para quienes se afanan en construir aquello que Dios no tiene en sus planes. Ya sabemos que “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vela la guardia” (Sl 127, 1). Si nuestros planes nunca llegan a nada o en todo caso, parece que vamos dando pasos atrás, pensemos que el Señor quiere otro camino para cada uno de nosotros y para la Iglesia que ama. ¡No sabemos lo que pedimos a Dios! Andamos totalmente desorientados. Se nos olvida que tenemos que cumplir la Voluntad de Dios desde la trascendencia, unidad y sumisión.