Juan nos cuenta su proceso de liberación, después de vivir casi 30 años siendo esclavo de la pornografía.

Me llamo Juan, tengo 40 años y estoy casado desde no hace mucho.

Mi primer contacto con la pornografía fue a los 11 años a través de un vecino. Ya desde el principio, en mí se produjo una atracción fuerte por lo que veía y, además, iba unido a la masturbación.

Yo crecí en una familia muy buena, con unos padres que nos quieren mucho a mis hermanos y a mí, pero muy exigentes conmigo. Yo era un niño “difícil”, de esos que no paran de moverse, de investigar, de hacer preguntas… y romper cosas, meterse en líos sin querer, etc. Esto les llevó a vivir esto con mucha ansiedad y, por ende, a un control y una forma de educarme demasiado severa, crecí con la idea de que yo era malo.

Claro que no es una idea que tuviera conscientemente en la cabeza, pero desde que tengo memoria, siempre he pensado que todo lo que hacía, en el fondo, estaba mal porque, o no me lo había “currado” lo suficiente, o no me lo merecía, etc.
Por todo esto, me atrajo ese mundo secreto, atractivo, sugerente, en el que me podía mover yo libremente. Ya desde el principio sabía que eso estaba mal. Aunque soy de familia religiosa y era demasiado pequeño para entender con claridad que eso eran los actos impuros de los que hablan los 10 mandamientos, sí sabía que eso era secreto porque estaba mal, pero era muy atractivo.

La pornografía era mi vía de escape

Había encontrado una vía de escape para toda la presión que llevaba dentro, y esos momentos de intensa pero breve libertad, bien valían toda la turbación (por eso se llama masturbación: más-turbación), aunque luego experimentaba: auto juicio, auto condena, ansiedad por lo que había hecho, al mismo tiempo me provocaba ansiedad porque me sabía a poco y quería más, pero de una forma negra, oscura, como algo que iba creciendo dentro de mí. No era como cuando jugaba a algún juego o comía pizza; era algo que me atrapaba.

Poco a poco fui haciendo de ese contenido mi mundo. Al principio, caía una o dos veces al día, pero llegué a un momento (al poco tiempo) en que necesitaba más. Además, cuanto más lo hacía, peor me sentía, lo que me llenaba más de ansiedad y negatividad hacia mí mismo y necesitaba escapar de ella cayendo otra vez más. Era un círculo vicioso.
En los días en que me iba la cosa realmente mal: me castigaban fuertemente mis padres o me caía un buen bofetón, discutía mucho con mi madre, etc., llegué a caer más de 10 veces, hasta producirme heridas.

El testimonio de vida de un santo sacerdote me enseña una nueva manera de vivir la vida 

Gracias a Dios, di con un sacerdote muy bueno y santo, al que llamaré Pedro. Por aquel entonces yo tenía muchas caídas, pero todavía no lo identificaba como algo malo de lo que librarme, sino una parte de mí que ahí estaba, separada del resto de mí mismo. En la relación con este sacerdote, poco a poco fui viendo en él una forma nueva y única de vivir, libre, alegre, sensata, serena, equilibrada; buena.

Cuando tenía 15 años empecé a darme cuenta de que eran actos impuros y que me hacían mucho daño, así que empecé a confesarme de eso con frecuencia y a pedirle ayuda, pero sin atisbo de preocupación de que algo fuera mal.

Con 17 años quería ser sacerdote, así que empecé una vida más comprometida de sacramentos y oración… y de lucha, pero esas caídas no desaparecían ni disminuían demasiado.

Fue cuando empecé a sentirme realmente mal conmigo mismo y a juzgarme como nunca. Cada vez que caía era un infierno para mí, pues veía con claridad que no me hacía bien, que me hacía daño, que no quería hacerlo más, pero que no entendía por qué seguía cayendo.

Di un paso que me marcó profundamente: contrato a una prostituta

Con 18 años me pasó algo que me marcó profundamente y me hizo descender un poco más en ese infierno: contraté una prostituta, porque yo quería experimentar lo que tantas veces había visto en las películas y porque la masturbación siempre dejaba un vacío en mí, así que “a lo mejor probando el sexo de verdad, llenaría ese vacío…” Horrible. Sólo el hecho de reunir el dinero, salir a la calle, buscar, etc., impulsado por algo que me ardía dentro, pero al mismo tiempo luchando conmigo mismo diciéndome que eso estaba mal, que no podía tratar a las mujeres así…

Pasaron varios años y, por fin, entré al seminario. Durante un par de años, mis caídas se espaciaron, aunque no demasiado. Sin embargo, llegó un momento en que me salté las clases para ir en busca de otra prostituta.

Conocía a chicas, pero no podía amarlas bien

Tengo que deciros que antes de entrar al seminario y después, tuve novias. Eran buenas chicas, pero yo no podía amarlas bien, con toda la lucha interna que tenía, de modo que las relaciones que teníamos estaban muy sexualizadas, en el sentido de que yo las requería muy a menudo o pensaba casi constantemente en poder tener relaciones con ellas, aunque, gracias a Dios, la realidad nunca satisfizo mis expectativas.
En fin, fueron años en los que me veía con el corazón deseando amar bien, estudiar bien, trabajar bien, en fin, una vida libre, y con mi lado oscuro deseando otra cosa, que se apropiaba de mí, como si me dieran “ataques” de vez en cuando que no podía evitar. Una hambre grande, profunda y negra.

Me caso con mi mujer, pensaba que ahora ya todo sería diferente…

Así, conocí a mi mujer. Es una mujer espectacular, pero es todavía más bonita por dentro. Al casarme, yo pensaba que, ahora que estaban “legalizadas” las relaciones sexuales con ella, todo sería mejor, pero, otra vez, la realidad no cumplía las expectativas. Esto supuso una causa muy grande de problemas con ella y de frustración, pues no era capaz de respetar sus ritmos ni sus deseos, y yo me veía constantemente intentando apagar el volcán que bullía dentro de mí.

Ahí fue cuando las caídas, empezaron a crecer otra vez, y yo me preocupé. Yo seguía viendo regularmente a Pedro. Le decía que cada vez estaba más convencido de que tenía un problema que había que tratar, que no era normal, pero él no lo terminaba de ver claro. Por fin, me habló del COF. Allí planteé mis problemas y mis dudas y, por primera vez, una persona me dijo: “creo que podrías tener una adicción. Léete “la trampa rota”, del Padre Miguel Ángel Fuentes, que te puede ayudar.”

Empiezo a ver la luz

Ese mismo día empecé a leerlo. Por primera vez, en más de 25 años, me entendía, y entendía por qué esos “ataques” que me sobrevenían y no podía controlar.
Empezamos a trabajar el libro mi mujer (la cual siempre ha sabido todo porque yo se lo contaba y que, gracias a Dios, nunca me juzgó), Pedro y yo. El trabajo del libro me permitió una libertad que nunca había experimentado: me vi libre de caídas durante más de 7 meses. Sin embargo, empecé a caer otra vez, aunque mucho más espaciado y menos veces que anteriormente. No obstante, me di cuenta de que necesitaba a alguien de carne y hueso que me ayudara en el proceso de liberación.

Inicio un proceso de Coaching y cambio de hábitos: trabajo mi autoestima y me encuentro con “mi niño interior”

Otra vez gracias Pedro, conocí a Elena Lorenzo, con la que empecé Coaching. Cuando le conté todo, me dijo que no tenía adicción, sino vicio (un hábito malo). Pero el problema era por qué llegué a tenerlo. Empezamos a trabajar mi autoestima. Gracias a eso y a unas técnicas que me dio para afrontar los “ataques”, me vi libre casi de inmediato de las caídas. No es magia, sino aprender a poner las cosas en su sitio, sin asustarse.

El proceso realmente interesante vino después: autoconocimiento y aprender a quererme. Para eso fue fundamental trabajar con “mi niño interior”, que consiste en conocer y descubrirle a través de una técnica. Este niño se queja, sufre, se alegra, etc., descubrí algo tan sencillo y liberador como que yo soy mi mejor amigo.

Por fin LIBRE

Ahora hace ya más de un año que estoy “limpio” y no me lo creo. Sin embargo, no echo las campanas al vuelo, porque hay algo de lo que me he dado cuenta en este proceso: la pornografía maleduca el cerebro y, sobre todo, daña la afectividad de la persona.

Me di cuenta de esto un día en que, viendo un documental sobre este tema, caí en la cuenta de que la mujer que viva de esta manera, lo hace porque no se valora lo suficiente, generalmente lo hacen por dinero, aunque nos hacen creer lo contrario.
Sobre todo, lo que veo es que me queda todavía un camino muy grande de aprender a amar, especialmente a mi mujer, tan buena y comprensiva conmigo.
Después de este tiempo, me doy cuenta de las cicatrices que me quedan, todavía me puedo sentir atraído por la pornografía. Aunque haya despertado del engaño y me vea libre de ello, sé que debo cuidarme y no exponerme, pues soy débil en ese punto. Es igual que el que ha dejado la bebida, ya puede llevar 20 años limpio, que siempre tendrá que protegerse de ella.

La última -pero no la menos importante- de las cosas de las que me he dado cuenta, es que hemos unido masturbación y pornografía, las hemos “normalizado” socialmente. Es muy común que la gente se masturbe, esté casada o no, consumiendo pornografía. Sin embargo, el daño que produce en uno mismo -  el que se masturba  - no es el mismo que el que se produce si consume también pornografía, pues el porno rompe el afecto de la persona por la mitad, deshumanizándola, haciéndole caer en lo animal.
En fin, que me queda mucho por crecer, pero doy gracias a Dios por las personas que ha puesto a mi alrededor para poder emprender este camino de liberación y autoconocimiento, que tan buenos frutos está dando en mi vida.

Publicado el 29 de marzo de 2017, ahora actualizado.

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