Para ver a Dios es necesario en un bienaventurado, una persona que siente la felicidad de tener el corazón limpio y accesible a Dios. La inmensa mayoría de nosotros nos conformamos con ser capaces de ver la Luz sin ser del todo capaces de discernir formas y contornos. Por eso oramos como el ciego de nacimiento del Evangelio de hoy. Oramos pidiendo poder ver, poder discernir, poder vivir dentro de la Voluntad de Dios.
En el encuentro con el ciego de nacimiento, no se trataba únicamente de una palabra sino de una acción por la que el Señor le devolvió la vida. Jesús no actúa sin razonamiento ni al azar, sino para manifestar la mano de Dios que, al principio, había formado al hombre. Por esto, Jesús respondió a los discípulos que le preguntaban si era por culpa de este hombre o de sus padres, porque había nacido ciego, les contestó: “No ha sido ni un pecado suyo ni de sus padres...sino para que el poder de Dios pueda manifestarse en él” (cf Jn 9,3). El “poder” de Dios se manifiesta primeramente en la creación del hombre, porque la Escritura nos lo describe como una acción: “Dios tomó barro de la tierra y modeló al hombre” (Gn 2,7). Por esto, Jesús escupió en el suelo, hizo un poco de lodo con la saliva y lo extendió sobre los ojos del ciego” (cf Jn 9,6). Mostraba con esto cómo fue modelado el primer hombre, y, para los que eran capaces de comprender, manifestaba la mano de Dios que había modelado al hombre desde el lodo... (San Ireneo de Lyon. Contra las herejías V, 15,2-4)
La Gracia de Dios nos transforma, nos limpia, nos restaura, pero para ello debemos aceptarla. Debemos dejar de huir de la Voluntad de Dios, porque de otra forma, nuestro corazón nunca encontrará la medicina que lo limpia y restaura. Dios nos hizo del barro e imprimió en nosotros su imagen, para que cuando viéramos a nuestros hermanos fuésemos capaces de ver a nuestro Creador en ellos. El pecado vino a desfigurarnos para que la imagen de Dios no fuese tan fácilmente visible. También vino a alejarnos unos de otros, porque el pecado nos impide unirnos a quienes son diferentes a nosotros y así conformar una comunidad completa. Ahora tendemos a unirnos con los que se parecen a nosotros, porque así nos sentimos más cómodos.
Gracia de Dios abre los ojos a quien no ha sido capaz nunca de ver. También es capaz de hacer ver la imagen de Dios que todos portamos. También nos permite complementarnos y ser verdaderamente Una Iglesia, Santa, Universal y Apostólica. La Gracia restaura el Plan de Dios en cada uno de nosotros. Fijémonos un momento en el asombro de los judíos ante el milagro de Cristo. Le dijeron al pobre ciego curado algo tan duro como: “Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad”. Después lo echaron diciendo: “Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?”, ya que señaló que la curación misericordiosa sólo podría provenir del Dios. Los judíos creían que Dios no escucha al que, arrepentido, busca la Misericordia de su Creador.
Dios nos escucha y busca en nuestro corazón la rendija por donde poder acceder y transformarnos. ¿Qué esperamos para abrir el corazón y arrepentirnos? ¿Qué esperamos para dejar de buscar confrontación entre nosotros, olvidando la Paz del Señor? ¿Qué esperamos para dejar de buscar lo poco que nos diferencia para crear guetos que no separen.
Como el ciego, tendríamos que empezar por dejar de sentirnos orgullosos de nuestra ceguera y pedir a Dios que nos abra los ojos del corazón. Cristo mismo nos dice: “Mientras estoy en el mundo, soy la Luz del mundo”, esperando que abramos nuestro corazón para que la Luz nos cure y transforme. Dios lo quiera.