Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio del día
4º domingo de Cuaresma
Para empezar: Retírate… Recógete… Silénciate… No ves ni entiendes… ¡Seguramente! La Luz vendrá a su tiempo… La Palabra es la luz que alumbra el camino… Ponte en contacto ya con ella… Despacio, santíguate…
Leer despacio el texto del Evangelio: Juan 19,1-41
(El texto es más largo; tomo aquí la forma breve opcional de la misa del domingo).
En aquel tiempo, al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Entonces escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé” (que significa Enviado). Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: “¿No es ése el que se sentaba a pedir?” Unos decían: “El mismo” Otros decían: “No es él, pero se le parece”. El respondía: “Soy yo”.
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: “Me puso barro en los ojos, me lavé y veo”. Algunos de los fariseos comentaban: “Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado”. Otros replicaban: “¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?”.
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: “Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?”. Él contestó: “Que es un profeta”. Le replicaron: “Haz nacido completamente empecatado, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros? Y lo expulsaron.
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: “¿Crees tú en el Hijo del hombre? Él contestó: “¿Y quién es, Señor, para que crea en él?” Jesús le dijo: “Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es”. Él dijo: “Creo, Señor”. Y se postró ante él.
Contemplar…, y Vivir…
[Recordemos el itinerario bautismal que hemos empezado a recorrer en estos domingos de Cuaresma: el domingo pasado, Jesús prometió a la samaritana el don del “agua viva”; hoy, curando el ciego de nacimiento, se revela como “la luz del mundo”. Además, la liturgia de este domingo, denominado Laetare, nos invita a alegrarnos, regocijarnos, pues ese el espíritu con que se inicia hoy la Santa Misa. Es la mejor disposición para contemplar una parte del relato del ciego de nacimiento en san Juan]. He aquí tres momentos o tiempos de contemplación:
1º Jesús, el ciego y sus vecinos. Al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Contempla a los dos: lo que hacen, y lo que dicen. Jesús no es insensible a la ceguera de ese hombre: de ese y de todos, también hoy, también de mí, si me encuentro más o menos en esa situación. Sea en lo físico, sea en lo espiritual. Ante la limitación del hombre, la ceguera y el consecuente sufrimiento, Jesús no piensa en posibles culpas, ni si éste es de un bando o de otro, si cree o no cree. Piensa, eso seguro que sí, en la voluntad de Dios que ha creado al hombre para la vida, para la Luz, no para la oscuridad, la limitación y el sufrimiento. Y sabe bien que “Él está en el mundo, para ser la luz del mundo”. Y entonces actúa enseguida a favor del ciego. Da luz a sus ojos, y también a su alma. ¿Por qué no me expongo yo ahora ante Jesús con mis limitaciones, oscuridades, las que fueren? Jesús tiene una solución para mí. Puedo ver mejor…
-De inmediato, Jesús pasa a la acción. No se cruza de brazos y le dice unas palabritas de ánimo. No. Va más allá. Lleno de compasión y misericordia, como tantas veces, se compromete con él ¡Qué consuelo para nosotros! Es Jesús quien lo vio y quien se detuvo, y el que se inclinó para hacer barro con su propia saliva y el que le untó los ojos: Jesús actúa con generosidad sobre la buena disponibilidad del ciego; no le ha pedido nada. Contempla: Dios inclinado ante hombre y haciéndole el bien según su necesidad: ahora también a mí. ¡Es asombroso! ¿Por qué me resisto a Dios y a su acción sobre mí, siendo esto lo mejor que me puede suceder? ¡Dios es humilde y yo un soberbio! Ya es hora de que me deje amar, y le deje obrar a Dios en mí… El ciego se deja amar y hacer por Jesús, ¡y ya ves!. ¿No me dicen a mí nada, tanto las acciones de Jesús como el comportamiento del ciego? Yo, hombre o mujer, no debo olvidar esto: al curar al hombre, Jesús realiza en él una nueva creación, una nueva creatura; su acción es una acción sanadora y salvadora y renovadora. Le da la luz de la vida y la de la fe. Los sacramentos son exactamente eso. ¿Cómo recibo los sacramentos? ¿De modo rutinario y mecánico? ¡Eso no!
-“Ve a lavarte a la piscina de Siloé” (que significa Enviado). Él fue, se lavó, y volvió con vista. Eso es lo que hace la obediencia dócil a la Palabra de Jesús: le dio la vista para ver y encontrarse con el Enviado Jesucristo. Cuando uno no obedece a la Palabra de Jesús, las cosas, y la vida, se le ponen a uno cada vez más oscuras. Cuando hace caso a esa Palabra, todo se ve distinto y con claridad, como iluminado desde dentro. Tú que meditas y contemplas la Palabra de Dios, ¿tienes más luz interior y exterior? ¿O no cambia nada? En este caso es que no eres dócil a la Palabra: la oyes, lees y contemplas como una palabra más. No es formativa, ni revulsiva en tu vida porque no la haces tuya dócilmente conforme al querer del Señor para ti. ¡Puede ser ésta la conversión de esta Cuaresma! ¿No crees?
-Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban si era él mismo o era otro, o era alguien que se parecía. Cuando Dios nos regala algo, nos da una gracia interior importante que nos cambia la vida, los otros también se percatan de ello sin que nosotros lo pregonemos. Lo dirá nuestra vida, nuestros hechos y comportamientos. Entorno a nosotros sí dirán, se preguntarán, nos apuntarán con el dedo, etc. Se harán muchos interrogantes. No hay que preocuparse: hay que hacer lo que Dios quiere que hagamos con total normalidad y sin extravagancias, simplemente diciendo con nuestra nueva vida, como el ciego: “Soy yo”. ¡Y punto!
2º El ciego y los fariseos. Eran los jefes de la sinagoga, los grandes religiosos de la época, los expertos en la Ley y su cumplimiento. Estos sí, suscitan una encendida discusión en torno al ciego y su familia, porque Jesús había violado el precepto festivo. Eso no lo pueden aceptar. Para ellos está antes el estricto cumplimiento del precepto, que cualquier acción a favor del prójimo necesitado. Por eso no creen que Jesús fuera ni siquiera un hombre de Dios, sino, al contrario, un pecador “Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado”…“¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?”. Ni tampoco creen al antes ciego, que responde y explica lo que le ha sucedido. Le juzgan como “un empecatado” y atrevido, capaz de dar lecciones a los sabios, aun cuando el ciego no se inventa nada; y cuando le preguntan: “Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?”. Él contestó: “Que es un profeta”… Ya está actuando la fe en él. “Y lo expulsaron” de la sinagoga. El endurecimiento del corazón de los fariseos no acepta el milagro. Se niegan a aceptar a Jesús como el Mesías.
¿Tengo yo una mente y un corazón tan cerrado como para no aceptar los hechos como son, aunque no se puedan explicar naturalmente? En lo religioso y espiritual nos puede pasar eso. Atento a esto: los fariseos actúan con gran seguridad mientras el ciego de nacimiento admite con humildad su propia ignorancia. Aquella seguridad mantiene su ceguera, mientras la actitud humilde del hombre curado por Jesús posibilita la visión de la fe. ¿Tengo yo esa seguridad mental, que es prepotencia y falta de docilidad ante Dios o más bien soy humilde, virtud fundamental que hace posible la fe, su desarrollo y su poder? ¡Debo pensármelo muy bien!
3º Jesús y el ciego, de nuevo. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: “¿Crees tú en el Hijo del Hombre? Él contestó: “¿Y quién es, Señor, para que crea en él. Jesús le dijo: Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es”. Él dijo: “Creo, Señor”. Y se postró ante él.
Jesús, el primero otra vez, sale al encuentro del ciego. Y con una nueva y marcada decisión: que el ciego le encuentre a Él personalmente por la fe, que le vea y crea como al verdadero Enviado de Dios que le había curado de su ceguera física. Ahora quiere curarle de su ceguera espiritual de su incredulidad. Quiere regalarle la fe. Jesús siempre va más allá y nos sorprende con su generosidad. El diálogo entre ambos es muy sencillo y hermoso. Contempla a los dos, escucha y rumia sus palabras… Porque ese hombre curado nos representa ahora a todos y la incapacidad que tenemos para ver la luz de Dios que es Cristo Jesús… ¡Todos somos aquel ciego!
Dos preguntas: “¿Crees tú… Y quién es, Señor?”, y dos afirmaciones rotundas. Todo se juega ahí. Jesús es clarísimo: “Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es”… Y el hombre curado dijo: “Creo, Señor”. “Y se postró ante él”: la adoración es el gesto que explica la verdad de todo el hecho. Ahora Jesús te mira a los ojos y te hace a ti personalmente la misma pregunta, ¿qué respondes tú? Le estás viendo… Te está hablando… ¿Te atreves a hacer un acto de fe tan rotundo? ¿Llamarle, Señor? ¿O vas dejarlo para otra ocasión? ¡Mira que no te conviene! Ahora ya es posible responder a la pregunta desde la fe: Jesús es el Enviado de Dios, la Luz que viene a dar vista a un ciego, -hoy soy yo-, para darle la fe, -ahora, a mí-. ¡Jesús es la luz del mundo! La luz que en la noche de Pascua, noche bautismal por excelencia, se nos hará rutilante. ¡La curación de la ceguera es el signo para que el ciego crea! Con Jesús, siempre es así: ver es igual a creer o ver desde lo hondo del corazón a Dios, a Jesús, y mirar lo demás y a los demás como Jesús lo hace y quiere. Este el don y el poder de la fe. No te queda ahora otra cosa que adorar al que te da y renueva tu visión. ¡Es tu Dios y Señor!
Para terminar: Postrado, adora en silencio al Señor… Si quieren salir palabras y/o sentimientos de tu corazón, no los ahogues, dales rienda suelta… Y quédate en paz con aquellos que más resuenan en tu interior… Tenlos en cuenta durante la semana… Y repite en estos días: “Creo Señor”… y adora a tu Señor… Tienes luz de fe suficiente para eso y mucho más.