El Evangelio de hoy no habla de la eterna lucha entre el mundo y el Reino, entre la inmanencia y la trascendencia, entre el diablo y el símbolo. ¿Cómo ven a Cristo los judíos?: “¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre”. ¿Qué dice Cristo? “Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna. Yo soy el pan de Vida”. Dice un refrán popular que no hay peor ciego que el que no quiere ver y el mismo Cristo solía decir que “Quien tenga oídos que oiga”. Si medimos con medidas humanas la Palabra, el Logos, no llegaremos a entender nada de lo que los Evangelios nos cuentan. Nos quedaremos con un Jesús humano, líder de un grupo de fantasiosos que retocaron la historia para darle un atractivo misticismo. Las aproximaciones históricas a Cristo nunca nos acercarán a los sustancial de Cristo, ya que se quedan en la superficialidad cultural. Leamos qué nos dice San Cirilo de Alejandría y nos daremos cuenta de toda la profundidad simbólica que despreciamos al quedarnos en la superficialidad aparente:
Si echas un pedazo pequeño de pan en aceite o en agua o en vino, rápidamente se va a impregnar de sus propiedades. Si pones el hierro en contacto con el fuego, muy pronto estará lleno de su energía y, a pesar de no ser fuego por naturaleza, pronto aparecerá semejante al fuego. Así pues, el Verbo vivificante de Dios al unirse a la carne que él se apropió, la convirtió en vivificante.
En efecto, él dijo: «El que cree en mí tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida ». Y dijo más todavía: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros». Así pues, comiendo la carne de Cristo, el Salvador de todos, y bebiendo su sangre, tenemos la vida en nosotros y llegamos a ser uno con él, permanecemos en él y él en nosotros.
Era necesario que viniera a nosotros de la manera propia de Dios, por el Espíritu Santo y que, en cierta manera, se mezcle con nuestros cuerpos a través de su santa carne y su sangre preciosa que, en el pan y el vino, recibimos como bendición vivificante... En efecto..., Dios manifestó su gran condescendencia hacia nuestra debilidad y puso en los elementos del pan y del vino toda la fuerza de su vida y éstos llevan en sí toda la energía de su propia vida. No dudes, pues, en creerlo puesto que el mismo Señor ha dicho claramente: «Esto es mi cuerpo» y «Esta es mi sangre». (San Cirilo de Alejandría. Comentario al evangelio de Lucas, 22)
Nuestra sociedad y la misma Iglesia Católica, va olvidando todo lo que no considera funcional. No estamos impregnados de Cristo sino de un ciego pragmatismo socio-cultural. Un pragmatismo que nos lleva a entender la Caridad como filantropía, la Esperanza como emotividad y la fe como algo casi innecesario. Sin entendimiento no hay fe, por lo que la esperanza deja de tener sentido. En el mejor de los casos, ponemos la esperanza en nuestras fuerzas, organización y liderazgos humanos. Una vez la esperanza en Cristo es sustituida por voluntad humana, la Caridad es innecesaria y hasta repudiable. Sin fe, esperanza y caridad, nos quedamos con hacer un bien material que necesita propaganda social para que nos ayude a seguir adelante en nuestro propósito filantrópico. Olvidamos eso de "No dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha".
La Liturgia otra de las grandes despreciadas. Ya no es un lenguaje vivo que nos une a Dios. Se ha convertido una excusa socio-cultural que reafirma la comunidad. Ya nadie nos explica la unión entre signo y trascendencia, que da lugar a lo sagrado. ¿Cuántos fieles hay leído algo de San Ambrosio de Milán, Orígenes, San Clemente de Alejandría, etc? ¿Quién se ha tomado el trabajo de leer las catequesis mistagógicas que se utilizaban en los primeros siglos? Aunque estaban escritas para cristianos sin formación, a nosotros (personas formadas del siglo XX), nos resultan muy complicadas de entender. Podemos darnos cuenta si leemos el Evangelio de hoy y le preguntamos qué es lo que entiende el católico medio. Seguramente dirá que Jesús no sabía explicarse y que es normal que los judíos le miraran mal. ¿El Logos no sabe explicarse? No será, más bien, que los oídos el entendimiento los tenemos cerrados por nuestra soberbia.
Gracias a Dios que todavía tenemos la oportunidad de escuchar pasajes evangélicos como el que leemos hoy. Quizás a algún católico le lleve a pensar que necesita adentrarse un poco en su fe y aparcar un poco los activismos y emocionalismos de moda. Confiemos en el Espíritu Santo, que es capaz de iluminar el entendimiento de quienes se abren a su acción. Sin la Gracia de Dios, nada podemos.
San Cirilo nos habla de la necesidad de impregnarnos de Cristo. La necesidad de dejar que Él nos guíe y conforme según Su Voluntad. Unidos a Cristo, por la Gracia de los Sacramentos, podemos llegar a ser símbolos de Cristo. Símbolos incómodos, porque estaremos siempre fuera de las Torres de Babel que el ser humano crea para llegar a Dios. No seremos cómplices de la iniquidad y de la corrupción de la fe. Simplemente estorbaremos y por ello debemos dar gracias al Señor. Ser reflejo de la "Piedra desechada por los arquitectos" es Gracia y don de Dios.