Por mucho que Sergio Ramos ponga cara de boina verde cada vez que escucha el himno de España al himno le falta letra para llegar al corazón. Un himno sin letra es como una canción de Los Pekeniques: suena bien, pero no emociona. El éxito de La Marsellesa radica en su mensaje. No es lo mismo empezar con Allons enfants de la patrie que con un tarareo. Sobre todo si el tarareo se produce en un partido internacional amistoso. Pero como todo depende del contexto, el himno español insufla patriotismo donde debe, esto es, en los cuarteles. Y el patriotismo es uno de los dos ejes sobre los que gira la milicia. El otro es la fe.
El general José Julio Rodríguez, que fue jefe del Estado Mayor con Zapatero, es partidario de suprimir a los capellanes del ejército ahora que ya nadie muere por Dios y por España. Quien no haya hecho la mili creerá que en las homilías del cuartel el sacerdote analiza el combate cuerpo a cuerpo entre David y Goliat para ensalzar la táctica empleada por Israel en la cuarta guerra contra los filisteos, de modo que no considerara descabellada la propuesta de eliminar la figura del capellán. La realidad, sin embargo, es que donde el cetme es el rey el cura es más necesario que el cetme porque aporta paz al ámbito de la guerra.
El capellán no anima a la tropa creyente a rociar con napalm al enemigo ateo. Por dos cosas: el napalm no es agua bendita y el capellán no es Marlon Brando. Eso lo sabe bien Rodríguez, que no se atrevió a cuestionar la presencia de sotanas en el ejército durante su etapa como jefe máximo del rompan filas. Si quería ser Juan Salvador Gaviota debería de haber intentado volar por libre cuando le llevaba el maletín a Carmen Chacón en posición de firmes, ar. Ahora se presenta como un militar atípico, pero estoy convencido de que durante su época en activo no comía el rancho con la tropa ni sustituía al cabo primera en la guardia de Nochevieja. Ni, menos aún, charlaba de tú a tú a las tres de la madrugada con el recluta que hacía imaginaria.