En el post anterior comentamos la reciente publicación del último libro del Cardenal Sarah titulado: “La fuerza del silencio”. Un excelente tratado sobre la necesidad de buscar el silencio como remedio contra muchos males físicos y espirituales que provocan la dictadura del ruido.
En este post quiero insistir en este tema tan crucial en nuestro tiempo, afectado por la prisa, la turbulencia provocada por los vientos alocados que provocan la tormenta perfecta y rompen nuestro equilibrio interior y nuestra paz.
Dice el autor: Para definir los contornos de nuestras acciones futuras conviene hacer silencio a diario. La vida contemplativa no es el único estado en el que el hombre tiene que esforzarse para dejar su corazón en silencio.
En la vida diaria, sea profana, civil o religiosa, es necesario el silencio exterior.
Y nos ofrece una larga cita tomada de El signo de Jonás, de Thomas Merton que ofrecemos en su integridad por su gran interés: «Su necesidad es especialmente patente en este mundo tan lleno de ruido y de necias palabras. Hace falta silencio para protestar y reparar la destrucción y los estragos provocados por el pecado del ruido. Es cierto que el silencio no es una virtud, ni el ruido un pecado, ' pero el tumulto, la confusión y el ruido constantes de la sociedad moderna o de ciertas liturgias eucarísticas africanas son la expresión de la atmósfera de sus pecados más graves, de su impiedad, de su desesperación. Un mundo de propaganda, de debates interminables, de invectivas, de críticas, o de mero parloteo, es un mundo en que la vida no merece la pena ser vivida. La misa se convierte en un jaleo confuso, las oraciones en un ruido exterior o interior: la repetición apresurada y maquinal del rosario.
»El oficio divino recitado sin recogimiento, sin entusiasmo ni fervor, o de manera irregular y esporádica, entibia el corazón y mata la virginidad de nuestro amor a Dios. Poco a poco nuestro ministerio sacerdotal puede convertirse en el trabajo de un pocero que horada pozos de agua muerta. Viviendo en un mundo de ruido y superficialidad decepcionamos a Dios y no somos capaces de escuchar la tristeza y las quejas de su corazón. Así dice Yahvé: "Me pueblo ha cometido dos males: me abandonaron a mí, fuente de aguas vivas, y se cavaron aljibes, aljibes agrietados, que no retienen el agua" (Jr 2,2.13).
»Si bien es cierto que tenemos que saber soportar el ruido y proteger extraordinariamente nuestra vida interior en medio de la agitación -continúa Thomas Merton-, no es menos cierto que no conVIene resignarse a vivir en una comunidad constantemente agobiada por la actividad e inundada por el ruido de las máquinas, de la publicidad, de la radio y de la televisión, que no paran de hablar. ¿Qué hay que hacer? Quienes aman a Dios tienen que procurar preservar y crear una atmósfera en la que poder encontrarle. En los hogares de los cristianos ha de haber sosiego, porque tanto sus cuerpos como sus casas son templos de Dios. Si hace falta, eliminad la televisión; no todos, pero sí los que se toman en serio esta clase de cosas (… ). Que quienes quieren silencio se unan a otros que compartan sus gustos y se ayuden entre ellos a hacer reinar el silencio y la paz”.
(La fuerza del silencio, cardenal Robert Sarah, Ed. Palabra, pgs. 34 ss.)
Sigo invitando al lector a que profundice en este tema tan vital del silencio. De ello depende nuestra salud integral y nuestra paz social.
Juan García Inza