Una de las actividades programadas para la fiesta que se va a celebrar este domingo en el Seminario Menor Santo Tomás de Villanueva en Toledo, con motivo de la colocación de las reliquias del beato José Sala Pico en el altar de la Capilla de dicho seminario, será recorrer la ruta martirial que llevo junto a don José, al Director General de la Hermandad de Sacerdotes Operarios, beato Pedro Ruiz de los Paños y al canónigo mozárabe, siervo de Dios Álvaro Cepeda Usero, hasta el martirio en el Paseo del Tránsito.
Recogemos hoy el precioso y sentido testimonio de monseñor Jaime Colomina Torner. Cuando llegue la hora del martirio del que era su Rector, acababa de cumplir 14 años. Sus recuerdos en 2007 (cuando pronuncia en el Seminario Menor esta homilía, presidiendo la fiesta del beato) eran vivísimos... Era mi rector... tengo la imagen viva suya... parece que le estoy viendo a él vivo, aquí, entre nosotros:
Días previos al martirio
El beato Pedro Ruiz de los Paños llegó a Toledo en la tarde del 16 de julio de 1936, acompañado de su secretario particular, don Jaime Flores Martín. Llevaba la intención de establecer en Toledo la primera casa de las Discípulas de Jesús. Más tarde se incorporó el beato Miguel Amaro Ramírez, martirizado en Toledo el día 2 de agosto de 1936.
Residían en el Seminario de Toledo todos aquellos días: don Pedro Ruiz de los Paños, don Miguel Amaro Ramírez, don José Sala Picó (que era rector del Seminario Menor de Toledo), don Guillermo Plaza Hernández (prefecto de teólogos en el Seminario Mayor), don Jaime Flores Martín (secretario particular de don Pedro), don Tomás Torrente Massó (mayordomo del Seminario) y los seminaristas Antonio Ancos y Ángel Rodenas.
El testimonio de don Jaime (Monseñor Flores fue obispo de Barbastro) es de gran valor por haber convivido con los siervos de Dios hasta horas antes de su martirio. Nos da a conocer el estado de ánimo de los futuros mártires, y muy especialmente el clima que logró crear don Pedro. Pero su testimonio es válido también para los siervos de Dios José Sala y Guillermo Plaza. Dice don Jaime Flores:
Los consideraba perfectamente preparados para el martirio y deseosos de él. Todos ellos mostraron deseos del martirio y hablaron de ello durante los días 19, 20, 21 y 22 de julio de 1936, en que ya se preveía la posibilidad de tal trance. Don Pedro Ruiz de los Paños, durante esos días singularmente, cuando caían las bombas en el Alcázar y sus inmediaciones, hablaba de la gloria y honor de ser mártir, del deseo de ser pulverizado por Cristo y de que su cuerpo, así pulverizado, cantase la gloria de Dios; se entusiasmaba aplaudiendo a Dios, que todo lo hace bien, presintiendo la cercanía de su muerte...
Todos recibieron la comunión, como viático, momentos antes de salir del Seminario, con la confianza de ir como los primeros mártires con Cristo comulgado al martirio. Todo esto lo sé de ciencia propia, por haber convivido con ellos hasta el momento de salir del Seminario el día 22 de julio de 1936, por la noche, unas horas antes de recibir la muerte don Pedro Ruiz de los Paños y don José Sala.
La disposición de sus almas, durante esos días, la caracteriza el ambiente que entre nosotros creó don Pedro Ruiz de los Paños; pero todos abundaban y asentían en los mismos afectos: sentimiento amplísimo de la gloria de Dios y de la salvación de las almas.
Aquellos días don Pedro hablaba de establecer una asociación puramente espiritual de los que quisieran aplaudir siempre a Dios, y cuando caían las bombas y temblaban los cristales del Seminario y nos hallábamos en peligro de muerte, todos a una, guiados por él, aplaudíamos a Dios. Nos hablaba del espíritu de sacrificio, de ser víctimas propiciatorias, unidos a Cristo, y aceptando la muerte por la Iglesia y por España; y todos, cuando pasaba el peligro y aun durante él, a veces, íbamos a la capilla a ofrecernos al Señor.
Al darnos la comunión por viático, nos exhortaba también al martirio, y todos, unánimes, aceptaban. Salíamos del Seminario todos convencidos de que encontraríamos la muerte en las calles cercanas, y con la alegría de que esto nos llevaría al cielo. A la puerta misma del Seminario don Pedro me despidió, diciendo: “¡Adiós, hijo mío, hasta el cielo!”.
El día 22 de julio de 1936, víspera de su martirio, don Pedro bajó a la cocina para saludar a las religiosas que atendían el Seminario y a darles aliento en aquellos trances tan difíciles. Dice la superiora, sor Engracia Prieto Díaz:
“Nos habló largamente del martirio, de la confianza en Dios y de la adorable y santísima voluntad divina. La religiosa cocinera le preguntó cómo había de conducirse si tuviese que hacer la comida para los rojos, a lo que don Pedro contestó: ´Preparándola lo mejor que pueda y con la misma o mayor caridad que lo hace con nosotros.´ No lo olvidamos, porque realmente tuvimos que prepararla al gobernador civil y al Comité revolucionario durante la ocupación de Toledo por los rojos...
Por la noche, a eso de las nueve, volvió otra vez a las dependencias de las religiosas y nos comunicó que ya habían entrado los rojos en la ciudad. Nos habló breves, fervorosas y conmovedoras palabras, dándonos después la sagrada comunión, como viático, en la misma entrada de la cocina. Al despedirse de nosotras, nos dijo: “Adiós, hijas mías, hasta el cielo, si no nos volvemos a ver; ya están aquí los rojos y creo que han matado a algún sacerdote. Tened confianza en Dios. A vosotras no os pasará nada; a nosotros, los sacerdotes, sí, pues nos matarán”. “Se marchó y no le volvimos a ver más. Los hechos confirmaron que no nos pasó nada”.
Don Ángel Rodenas Montañés, entonces seminarista, testifica:
“Yo estaba en el Seminario, durante las vacaciones estivales de 1936, al servicio de los superiores del Seminario, conviviendo íntimamente con ellos... Al estallar el Movimiento, ante los acontecimientos que se avecinaron y el peligro que todos corríamos, los siervos de Dios hicieron vida de especial oración, pasando la mayor parte del tiempo en la capilla, haciendo turnos de vela al Santísimo.
Don Pedro nos exhortaba en la capilla y en los restantes departamentos del Seminario a prepararnos para dar la vida por Jesucristo, en el caso extremo de tener que hacer este sacrificio.
El 22 de julio de 1936, al atardecer, y ante el anuncio de que los milicianos rojos habían entrado ya en Toledo y habían matado a algún sacerdote, comunicado al Seminario por teléfono, don Pedro nos reunió en la capilla y nos exhortó, como ya he dicho, al martirio y nos dio la sagrada comunión a todos, repartiendo las sagradas formas a los allí reunidos.
Entonces se acordó abandonar el Seminario por el peligro que corríamos, yendo a refugiarnos en casas particulares de confianza... Don Pedro no sólo deseaba el martirio, sino que también nos exhortaba a nosotros a que nos preparáramos para el martirio”.
Don Tomás Torrente recuerda muy bien los detalles de aquellas jornadas:
Que las empleadas de teléfonos avisaron a don Miguel Amaro, hacia las seis de la tarde del día 22 de julio de 1936, que los rojos ya habían matado algunos sacerdotes en Toledo. Que don Pedro dispuso que se vistieran de paisano. Pero lo curioso es que fueron al martirio con un blusón de dril. A eso llamaban traje. Recuerda que estuvieron aquellas horas reunidos en la capilla. Y añade con cierto orgullo santo: “Don Pedro se confesó conmigo”. Les dio la comunión y “después, hacia las nueve de la noche, salimos todos los superiores, vestidos de paisano, del Seminario, distribuyéndonos en tres grupos de a dos”.
Formaron así los grupos: don Pedro y don José Sala (bajo estas líneas), don Jaime y don Tomás, don Guillermo Plaza con los dos seminaristas, y don Miguel Amaro solo.