La victoria de Donald Trump ha sido un golpe maestro del Sistema. Podría argumentarse al revés y decir que la derrota de Hillary Clinton ha sido un golpe maestro del Sistema pero, aunque cierto, no sería tan preciso.
Trump ha ganado y ha demostrado que las nuevas tecnologías han ganado. Dejar caer a Clinton era fácil, pero estéril. Probar con Trump la eficacia real del Big Data aplicado masivamente, la geolocalización combinada, las redes sociales y el marketing digital elevado a la máxima potencia, ha supuesto la consolidación definitiva del nuevo paradigma para la ingeniería social y la manipulación de las masas.
La apuesta beneficiaba bajo mano a los chicos de Silicon Valley y a los grandes de internet que han clamado en contra de Trump, mientras colaboraban con él. Sin Facebook no se entiende su triunfo electoral. Los "likes" de los americanos le han dado la victoria, barrio a barrio. Podríamos pensar que Zuckerberg no es realmente el jefe de Facebook: yo así lo creo. Pero ésta es otra cuestión.
Lo mismo puede decirse de Twitter y de otras redes sociales.
Trump ha medido su "disparatado" discurso al milímetro y lo ha ajustado casa por casa, literalmente. De modo que no es exagerado afirmar que la victoria de Trump es la victoria de los últimos avances tecnológicos. Y los últimos avances tecnológicos están orientados hacia el transhumanismo: con inmensas cantidades de dinero de las grandes corporaciones de la red, con una enorme inversión en talento y recursos humanos y con una clara política de comunicación.
Esta política tiene un nombre: transexualismo.
Vayamos por partes. El nuevo presidente de los EE.UU no es un outsider del Sistema, es el propio Sistema en estado puro. Solo hacen falta dos evidencias para demostrarlo: cuenta con el apoyo del lobby judío y de Israel -aunque el diario Haaretz juegue a meterse con él- y pretende la mayor subida en muchos años[1] del presupuesto militar. Cuenta, pues, con el entusiasta apoyo del lobby militar-industrial.
No le hace falta nada más en un país cuya economía depende en gran medida de la industria de guerra. Pero tiene otros. Tiene el apoyo de la vieja economía petrolera y de los sectores conservadores, tradicionales y religiosos del país.
Tiene el apoyo de todos los que permiten una regresión en la línea del progreso hacia el transhumanismo.
Se hablará de un retroceso de la política social, de un recorte de libertades, de una vuelta a la caverna.
Será el retroceso que acompaña a la tensión del arco y precede al lanzamiento de la flecha.
La carrera hacia el abismo de la progresía intelectual y mediática global se había desbocado. Si las feministas superaron con éxito relativo las contradicciones internas de sus postulados y los homosexualistas consiguieron en un tiempo récord someter a gobiernos y judicaturas a su antojo, el transexualismo ha encontrado serias dificultades en el mundo científico y una contestación social inesperada.
La gente de la calle estaba empezando a decir "basta ya" a la dictadura progresista. Controlado el descontento en España -verdadero campo de experimentación del globalismo- mediante la simulación de una "Primavera Arabe" llamada 15-M, que implicó a grandes gurús de internet, a escuelas de negocios, a think tanks vinculados a Silicon Valley y al famoso George Soros, y agrupados estos disidentes sociales en el partido Podemos, quedaba someter al PP a los dictados LGTB. El ejemplo de Cifuentes y Carmena en Madrid es tan claro como revelador: no pueden darse teorías conspirativas cuando los dos actores van de la mano y promueven políticas idénticas.
En Estados Unidos, sin embargo, el descontento social venía de la, digamos, derecha. Sí, como en Francia o Gran Bretaña -recuerden el Brexit, antesala de la salida de Inglaterra del campo de batalla-.
El Sistema agrupa a esa masa vociferante en torno a Trump y asigna papeles a los medios y a los políticos demócratas. Había que frenar el progreso hacia la implantación del transhumanismo porque la sociedad occidental no está preparada.
Había que tensar el arco y comenzar el retroceso de la flecha.
Nada mejor que una combinación clásica: líder fuerte y enemigos fuertes -en apariencia- como el islam y Rusia. La seguridad como excusa del recorte de libertades -otro clásico-. La vuelta a los valores tradicionales, más nominalmente que de facto.
El Sistema gozará de un buen período de tiempo, otros 20 años, para ir recuperando el "progresismo perdido" con el efecto Trump.
Pero cuando lo recupere, la gente de la calle aceptará gustosamente todo lo que supone el transhumanismo: esclavitud mental a la "nube", subordinación estatal, robotización, androginia, aborto y eutanasia, eugenesia y abismo entre los integrados occidentales y los parias productores del tercer y cuarto mundos.
Una década, o dos, son necesarias para la implantación del coche autónomo, o mejor dicho, del camión autónomo, porque es en el transporte de mercancías por tierra donde está el negocio; una década, o dos, son necesarias para someter a la población al control económico virtual -paguen con el móvil: están cavando su propia tumba-; una década y una guerra, o más, son necesarias para destruir Europa como se hizo con Hitler y Stalin -papeles que asumirán Trump y Putin- y volverla a reconstruir con nuevos planes Marshall. Una década, o dos, para que China cambie sin cambiar y se someta el Yuan al Bitcoin.
Una década o dos...
Trump es la calma que precede a la tempestad.
Una tempestad que no vendrá como fuego caído del cielo y destrucción masiva, sino como una corrupción total, absoluta, inexorable del cuerpo, el alma y la mente de los seres humanos.
Coda: No invento nada, esto es lo que dice el director de marketing de una conocida multinacional de las telecomunicaciones:
"We call that the ‘quantified self’ trend as consumers increasingly look to monitor all aspects of their lives through technology."
En otras palabras: a los consumidores les encantará ser "monitorizados" por máquinas. Es la esclavitud del siglo XXI.
[1] "Lo que propone Trump sería el incremento más grande en el gasto de defensa de EE.UU. en cerca de una década.
En 2007, el entonces presidente George W. Bush peleaba una guerra en Irak y otra en Afganistán, y para hacerlo pidió un aumento del 11%.
La propuesta actual de incremento del gasto militar no es la mayor en la historia reciente del país, pero deja atrás a los presupuestos bélicos de casi cualquier otra nación.
El solo aumento de US$54.000 millones que Trump promete a sus militares sería equivalente aproximadamente a todo el presupuesto militar de Reino Unido, la tercera nación en gasto militar del mundo, y más que lo que destina Rusia a sus fuerzas armadas, la cuarta nación, con cerca de US$50.0000 millones anuales." (BBC World)