¿Necesidad de Dios? Dentro de nuestra sociedad postmoderna, sólo hay una necesidad que no tiene posibilidades de ser satisfecha: la necesidad de sentido. ¿Para qué vivimos? ¿Para consumir y producir? ¿Para divertirnos mientras nuestro cuerpo aguante? El sentido que nuestra vida no puede encontrarse en lo inmanente, lo cotidiano, lo maquinal que nos rodea, porque nada cotidiano puede dar respuesta a la necesidad de trascendencia. Necesitamos de una "dimensión" adicional y de ahí que únicamente en lo que trasciende lo cotidiano encontremos una razón para andar el camino de la vida.
En ausencia de un sentido de trascendencia lleva a que muchas personas vivan dentro de un triste y gris vacío existencial. ¿Cómo llenar de luz ese vacío? La sociedad nos ofrece el placer como remedio. Placer, consumo, ignorancia. Sólo es necesario salir a la calle o escuchar los medios de comunicación, para darnos cuenta que nos ofrecen el consumo desmedido de objetos, sensaciones, información y espectáculo. Las sociedades modernos buscar dar la todos sus habitantes medios para vivir de forma medianamente digna, pero a cambio hacen desaparecer el sentido por el qué vivir.
Para muchos sociólogos y psicólogos, la pérdida del sentido y trascendencia es consecuencia del humanismo desarrollado en las sociedades occidentales. Un humanismo antropocéntrico, emotivista y voluntarista, surgido al mismo tiempo que se desarrolló la economía de mercado. Un humanismo que intenta hacernos creer que somos amos de todo lo que nos rodea, en vez de humildes y sencillos huéspedes de todo lo creado.
Es evidente que la fe, la religión y la trascendencia, se han convertido en el enemigo de la sociedad de consumo y del "bienestar". Por ello, la evangelización lleva muchas décadas desaparecida y la Iglesia Católica se vacía de fieles. Pensando en estos, nos damos cuenta de lo profundamente bellas que son las bienaventuranzas: felices los pobres, porque los ricos no necesitan a Dios. Se tienen a ellos mismos y las estructuras sociales para afrontar la vida. Felices los que tienen hambre, porque esperarán en Dios todo aquello que necesiten. Quienes están saciados ¿Necesitan esperanza en Dios? Felices quienes sean insultados, maltratados y odiados por causa de Cristo, porque ellos evidencian que la esperanza en Dios mueve montañas. Quien se ajusta a los partidos políticos o eclesiales, sustituye la esperanza en Dios, por la esperanza en los diferentes líderes humanos que los guían.
Hoy en día no necesitamos a Dios. Hasta la tristeza y la ansiedad se tratan como enfermedades y se dan fármacos a quienes las “padecen”. Pero las medicinas no dan esperanza ni nos llevan más allá de nuestras limitaciones humanas. Las medicinas hacen desaparecer las sensaciones desagradables de estas emociones, pero nos convierten en zombis vacíos y dependientes. Pero Dios nos ofrece algo que ningún ser humano nos puede ofrecer: sentido y trascendencia. En Cristo, todos y todo tenemos sentido. Esa es la Buena Noticia que Cristo nos trajo y que nosotros, católicos del siglo XXI, vamos olvidando a toda velocidad.