Si decir que los niños tienen pene y las niñas vulva es un ataque al colectivo LGBT decir que Cristina Cifuentes tiene cerebro es un ataque a los que tienen la cabeza bien amueblada. Lo digo porque hay que tener menos de dos de frente para azuzar a la abogacía contra los autores del mensaje del autobús que plantea esta obviedad biológica para hacer frente a la ideología de género, según la cual las diferencias entre el varón y la hembra son culturales. Es decir, no existen. Me pregunto entonces por qué hay hombres que se sienten mujeres y mujeres que se sienten hombres.
A la abogacía de la comunidad de Madrid le va a costar argumentar que el mensaje menosprecia a los niños transexuales, entre otras cosas porque no va dirigido contra ellos, pero si finalmente pergeña una demanda, el juez, cuando archive la causa, debería condenar en costas a Cifuentes, ese híbrido político que sólo parece del PP porque es rubia. Cifuentes se cree un verso suelto, pero en realidad forma parte del pareado (nosotras parimos, nosotras decidimos), que es la métrica oficial del progresismo, ahora que el progresismo no tiene cerca a Machado para echarle una mano con la rima.
Puesto que la presidenta madrileña considera que la libertad de expresión no ampara a quienes creen que el varón tiene testículos y la hembra vagina no sería extraño que un día de estos firme una ordenanza para prohibir que las parejas convencionales, chico/chica, se miren con arrobo a los ojos mientras pasean por la Casa de Campo. Por apologetas del amor tradicional. Puesta en el disparate, todo vale. Antes debería, no obstante, analizar el sinsentido de judicializar la anatomía. Es como si un geógrafo asegurara que la tierra es redonda y la Dirección General de Tráfico le pidiera cárcel por menospreciar a la línea continua. O como si al médico que resalta los beneficios de ducharse una vez al día se le pusiera en contra el movimiento jipi.