La Cuaresma es un tiempo litúrgico que nos prepara la Pascua de Resurrección. Se cimienta en tres columnas: oración, ayuno y limosna. ¿Penitencia en pleno siglo XXI? ¡La Cuaresma duele! La Cuaresma debería ser un tiempo en que nos empeñemos en caminar por el camino de la santidad y la santidad no se parece a las ofertas de vacaciones que podemos ver en los anuncios. La santidad es seguir a Cristo como Él mismo nos indicó: Negarnos a nosotros mismos, cargar con nuestra cruz y seguirlo (Mt 16, 24).
Podríamos preguntarnos si se trata de martirizarnos por le gusto de hacelo, pero si lo hacemos es que no hemos entendido lo que Dios quiere de nosotros. Veamos lo que nos dice San Agustín:
« ¿Hay que ofrecer el sacrificio una vez por la mañana y otra después de la cena, según aquel texto que dice: Asimismo después de cenar...? O bien, ¿hay que ayunar y ofrecerlo sólo después de la cena, o hay que ayunar y cenar después de la oblación, como solemos hacerlo?»
A esto respondo, pues, que, para saber lo que hemos de hacer, es indudable que debemos ejecutar lo que está escrito, si la autoridad de la divina Escritura impone algo. En este caso ya no se disputa cómo hemos de hacer, sino cómo hemos de entender el sacramento. Del mismo modo, sería locura insolente el discutir qué se ha de hacer, cuando toda la Iglesia universal tiene ya una práctica establecida. (…) Haga, pues, cada uno lo que viere que observa aquella iglesia a la que llegó. Ninguna de esas prácticas va contra la fe ni contra las costumbres, ni éstas son, por lo uno o por lo otro, mejores. Sólo por estas causas, a saber, por la fe o por las costumbres, hay que enmendar lo que se hacía mal o hay que establecer lo que no se hacía. La sola mutación de la costumbre, aun de la que trae provecho, perturba por su novedad. Y la que no es provechosa es, por consiguiente, perjudicial por su perturbación infructuosa. (San Agustín. A Jenaro 54, 5)
¿Qué mejor penitencia que dejar de hacer todo lo que sabemos que es contrario a la Voluntad de Dios y perjudicial para nosotros? ¿Qué mejor ayuno, que aquel que marca justamente lo necesario para alimentarnos, sin consumir nada más? ¿Qué mejor limosna que dar lo que no necesitamos para aquellos de poco a nada tienen? ¿Qué mejor oración que la que surge de nuestras lágrimas de arrepentimiento?
La Cuaresma no es una carga especial, sino una oportunidad de rectificar nuestra vida de fe. Es posible que nos preguntemos si todo esto no está superado actualmente y con aparentar es suficiente. No es raro que nos preguntemos esto si vemos a Dios como un cómplice y entendemos su misericordia como el pago de complicidad que merecemos por defecto. Dejemos las apariencias lo más lejos y atengámonos justo a lo que Cristo nos dice en los Evangelios:
Sobre la limosna: Por eso, cuando des limosna, no toques trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Pero tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, para que tu limosna sea en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. (Mt 6, 2-4)
Sobre el ayuno: Y cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas; porque ellos desfiguran sus rostros para mostrar a los hombres que están ayunando. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no hacer ver a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. (Mt 6, 16- 18)
Sobre la oración: Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas; porque a ellos les gusta ponerse en pie y orar en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos por los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Y al orar, no uséis repeticiones sin sentido, como los gentiles, porque ellos se imaginan que serán oídos por su palabrería. Por tanto, no os hagáis semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes que vosotros le pidáis. (Mt 6, 5-8)
En Cuaresma, dejemos a un lado los shows a los que nos están acostumbrando últimamente y recojámonos con humildad sobre nosotros mismos. Dios no necesita luces, música y marketing para transformar a nadie. Dios necesita que no opongamos nuestra voluntad a la de Él y así poder curar las heridas que todos llevamos dentro. Para eso es necesario el silencio y el recogimiento interior. Ahondar en nuestro ser y abrirlo a la acción de la Gracia de Dios.
Hagamos de nuestro corazón el Templo del Espíritu Santo que Dios desea. Dejemos que la Gracia lo limpie y lo restaure. Olvidemos lo que los atronadores medios de comunicación nos gritan al oído y centrémonos en la oración. La misma oración del ciego de Jericó: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!» (Lc 18, 38). Oración que parte del arrepentimiento profundo, no de la suficiencia de quien cree que tiene derecho a exigir ser igual que todos los demás. ¿Quiénes somos para exigir derechos a Dios, cuando todo lo que tenemos es don que proviene su bendita Mano?