Alarma en Egipto. Cientos de cristianos huyen de El-Arish tras ataques de fundamentalistas islámicos (Infocatolica 26/02/17).
En solidaridad con los cristianos perseguidos en Egipto, Siria, Irak, Paquistan, Nigeria y en tantos lugares del mundo, oremos y meditemos la Palabra de Dios.
En el silencio de nuestra oración personal, la Palabra de Dios debe ser la ayuda insustituible para suplicar a Dios por los cristianos perseguidos, ya que ésta se hace eco del clamor que el pueblo judío dirigía a Dios en sus sufrimientos.
Sabemos que “Tú eres justo, Señor, y justas tus acciones, tus caminos son todos misericordia y verdad, tus juicios son siempre verdaderos y rectos” (Tb 3,2). Sabemos “que eres todopoderoso, y que ninguna iniciativa es irrealizable para ti” (Jb 42,1).
“Acuérdate, oh SEÑOR, de lo que nos ha sucedido; mira y ve nuestro oprobio. Nuestra heredad ha pasado a extraños, nuestras casas a extranjeros. Hemos quedado huérfanos, sin padre, nuestras madres, como viudas. Sobre nuestros cuellos están nuestros perseguidores; no hay descanso para nosotros, estamos agotados. Violaron a las mujeres en Sion, a las vírgenes en las ciudades de Judá” (Lm 5, 1-3. 5.11) “Nuestra Casa santa y gloriosa, en donde te alabaron nuestros padres, ha parado en higuera de fuego” (Is 64,10). “Ha cesado el gozo de nuestro corazón, se ha convertido en duelo nuestra danza” (Lm 5, 15).
Islamistas radicales de todas “las naciones se han coaligado en contra de nosotros, para exterminarnos. Tú conoces sus proyectos sobre nosotros. ¿Cómo podremos resistirles, si no vienes tú en nuestra ayuda?” (I Mc 3, 52-53). “En nosotros no hay fuerza para resistir esta inmensa multitud que viene contra nosotros. Nosotros, por nuestra cuenta, no sabemos qué hacer, pero nuestros ojos están vueltos hacia ti” (II Cro 20, 12). “Tú levantas a los que en ti esperan, y los salvas de la mano de enemigos” (Si 51, 7-9).
“¡Señor todopoderoso, Dios de Israel! Un alma angustiada y un espíritu abatido están clamando hacia ti. Escucha, Señor, y ten piedad, pues hemos pecado contra ti. Tú subsistes para siempre en tu trono, pero nosotros perecemos sin cesar” (Br 3, 1-3). “¿No eres tú, Señor y nuestro Dios? En ti está nuestra esperanza” (Jr 14, 19-22). “Tú eres, el Dios de los humildes, el defensor de los pequeños, el sostén de los débiles, el refugio del sin amparo, y el salvador de los que carecen de esperanza” (Jdt 9, 11).
“Socórrenos, Señor Dios nuestro, puesto que en ti nos apoyamos. Señor, tú eres nuestro Dios” (II Cro 14, 10). “Tú eres el Dios de los perdones, clemente y compasivo, paciente y bondadoso, y no los dejaste en abandono” (Neh 9, 17).
“Quiebra su fuerza en tu poder, [...] abate su vigor, pues tienen el proyecto de profanar tu santuario” (Jdt 9, 8). “Siembra entre ellos el terror, abate la presunción que tienen en su fuerza, y que sucumban en derrota” (I Mc 4, 32-33).
“Tú eres mi refugio el día de aflicción. Que sean mis perseguidores confundidos, y que no lo sea yo” (Jr 17, 18). “Tu eres el Señor quebrantador de guerras” (Jdt 9, 7) “Tú, Señor, eres grande, eres glorioso, admirable en tu fuerza, invencible. [...] no hay nadie que pueda oponerse a tu voz” (Jdt 16, 1314). “Da una recompensa a los que en ti tienen su esperanza, y que se comprueben dignos de confianza tus preceptos. Escucha, Señor, los ruegos de los que a ti suplican. [...] Y que todos sobre la tierra reconozcan que tú eres, Señor, el Dios eterno” (Si 36, 117).
“Tú, Señor, nos das paz, llevas a cabo por nosotros todas nuestras empresas. [...] sólo gracias a ti invocamos tu nombre” (Is 26, 719). “Yo quiero celebrar las misericordias del Señor, quiero cantar sus alabanzas, por todo lo que él ha hecho por nosotros” (Is 63,7) “Cantad al Señor, alabad al Señor: El libra al indigente de manos del malvado” (Jr 20, 713). “Tu Señor eres nuestro Padre, tu nombre es «El que nos rescata desde siempre»” (Is 63, 16).