El católico cita a Chesterton como el aficionado del Levante cita a Cruyff: para aclarar que contó en su día con un nombre ilustre que debatió de igual a igual con lo más granado del ateísmo. Ni que decir tiene que detrás de la nostalgia se esconde el complejo de inferioridad de quien cree que el oponente razona mejor porque saca a colación a Darwin. Por eso, el católico echa de menos a Chesterton cuando el laicista le espeta que no es que más que un mono que ha optado por la fe. Con lo fácil que le sería replicar que el laicista no es más que hombre que ha optado por la banana.
Al católico al que le da un vuelco el corazón cada vez que la NASA anuncia que ha vislumbrado indicios de manantial fuera del sistema solar le vendría bien la confianza en Dios para evitar la taquicardia. Si incluyera la fe en la tabla periódica sabría que los siete exoplanetas similares a la tierra recién descubiertos no desdicen en nada a la Creación aunque hubiera agua en ellos. Al no incluirla, cree que el Jesús que anduvo en la mar no está a la altura del Phelps de las 21 medallas olímpicas.
Detrás del complejo de inferioridad del católico se esconde su incapacidad para explicar razonadamente el milagro. El católico cree que su alegría no tiene una base científica, cuando lo cierto es que se apuntala en la biología, pues al estar hecho a imagen y semejanza de Dios, nace, crece y se multiplica con un sentido trascendente. Lo que diferencia al hombre de todas las demás criaturas es el modo agradecido en que mira el cielo. Esto explica que el guepardo no sonría cuando caza al antílope en tanto que el niño no pare de hacerlo cuando coge una manzana.